Hay daños irreparables. Como decir que amas a otro, o sonreír en las fotos donde sales con él. No mandar mensaje en Navidad ni en mi cumpleaños, olvidar que dijiste que querías por lo menos ser mi amiga, si algún día terminara. Hay daños irreparables, imborrables, impensables, imperdonables. Hay daños que hiciste cada día mientras esperaba tu llamada y terminaban la horas, hay pequeñas rasgaduras que sangran cuando pasas los recuerdos por ellas. Y hay heridas más grandes, como quererlo más a él de lo que me quisiste a mí ¿por qué a él sí? Cuando yo no te pedí nada. ¿Qué hice mal? Tal vez, te quise demasiado, al grado de ocultarme a mí mismo que tú no querías ser amada.
Hay daños irreparables, imperdonables. Como haber iniciado una vida sin ti de la peor manera, donde el mundo conspira a cada paso en mi contra y olvido que hay amistades, familia, metas personales; donde sólo quiero que estés tú. Hay daños que me cause solo, con cada cerveza y el deseo de tus brazos por mi cuello, por imaginarme el beso que te hubiera dado cuando recibiera ese premio… si te hubieras quedado conmigo. Pero hay daños imborrables, y preferí que me dejaras si dudabas en quedarte.
Hubo daños que sanaron, o que se quedaron y me acostumbre a verlo ahí, se volvieron mis amigos, mi familia, las metas que ya no quiero alcanzar. Tengo nuevas metas, nuevos amigos y la misma familia, pero hay daños que prevalecen. No puedo perdonarte, pero no quiero dañarme con el odio que nunca aparecerá, porque odiarte es imposible. Hay daños irreparables con los que las cosas siguen su curso, hay personas que van borrando los daños para hacerte nuevos. Hay daños irreparables que aparecieron de nuevo cuando escuché en mi oído tu voz: “Hola”.
Fotografía: Aëla Labbé
Ciudad de México, 1994. Ha sido reportera de temas políticos, sociales y anticorrupción en El Universal y en La Silla Rota. Estudia lingüística en la UNAM. Escribe, escribe y escribe.