Durante varios días, la noche, y mi casa, es el sitio perfecto para un insecto extraño, no sé de qué manera describirlo mejor, apenas y se me viene a la mente insecto y extraño. Qué peculiares palabras, y me quedaría ahí si no fuese porque emite un sonido llamativo. El sonido recorre el pequeño cuarto donde estoy. Mi hermano huye despavorido cuando lo oye, pero ¿a dónde más puede ir si es que no quiere quedarse a dormir afuera? ¡El insecto lo sacó! Me pareció gracioso porque él, mi hermano, se presenta asustadizo por el más mínimo movimiento de alas tan claro.
El insecto ocupa la mejor hora del día para entrar en mi casa; si fuese en la mañana nadie le pondría atención, pues todos roncamos como si no hubiese un mañana; en la tarde, menos, pues cada quien está tan ocupado en sus asuntos que el revoloteo de sus alas apenas alcanzarían un pequeño susurro a nuestros oídos. Por eso la noche, tan tácita y silenciosa, se abre primordial a la venida de este peculiar insecto. Las cortinas se mueven, el viento las empuja una y otra vez para recordarme que hay aliento en la noche; los autos pasan, pero se apagan mientras más se alejan de mi calle; y mientras, este pequeño amiguito se yergue sobre la mesa en busca de pan o retazos. Después de un día agotador, buscando pan en casa ajena, llega a la mía con mejor esperanza, lo que no sabe, o lo que aún no le queda claro, es que mi hermano, en su impávido miedo, busca la chancla para aventarlo muy lejos.
Fotografía por Chtcheglov
Nunca aprendí a bordar, jamás me alcanzó el talento para tocar el piano, no imaginé siquiera la manera de liarme con la ingeniería, no sabría administrar una empresa, ni obedecer a mi partido o a mi jefe, no se me ocurre cómo salvar la ecología y sé de medicina lo que mi ansia de médico me ha enseñado a leer el vendemécum. No he podido jamás memorizar dos renglones de una ley, no sabría llevar las cuentas de una tienda, ni soy capaz de vender un paraguas en mitad de un aguacero. No me quejo de todas mis carencias, escribir es un oficio que enmienda casi cualquier mal.
[Me siento sumamente identificado con este pequeño párrafo del ensayo “Sabor a novela” de Ángeles Mastretta]