¿Cómo poder escribir el viento, desde él, siéndolo, olvidado entre los olvidados, deslizándose atemporal? Mírame, espectro de mi propia sombra, como voy perdiéndome cada vez más en la última palabra. La estirpe más extraviada, el temple más incomprensión, yo, que sin rumbo encuentro la condena en cada pestañeo, exclamo que hoy no es hoy. Esta no es ni sangre ni espíritu, ni hueso ni carne; este no es ni canto ni llanto, ni alegría ni melancolía. Esto, que no es ni nada ni todo, no pretende ser ni no ser. La ambigüedad con la que estoy me limita a ser ambiguo aquí también. Como temiéndole al lector inexistente, trato de darle forma a lo etéreo. Y sé que tampoco estas líneas son etéreas. Sé, más que nada, que nunca y que siempre jamás serán en vida reconocidos. Entonces, como si mi cansancio y mi pobre talento convergiesen en una danza, este texto encuentra su lugar, sea cual sea, en esta noche. Sombra. Noche. Y no tengo nada qué decir.
Aquí mi propuesta sería tratar con un ánimo de poetización este texto, aunque no sea así, para ser publicado, porque la putrefacción es menos evidente cuando se publica una de estas manchas. Negándome a la fe y negándome a la luz, puedo ver como por primera vez. Y me paseo entre el viento como espectro. Sombra. Espectro.
El aire que duele. La sombra que camina. La travesía hacia la antigüedad. Diéresis. Tendría que volver a nacer para comprenderte como eres, cielo nocturno. Mi hogar es aquí, ahora lo recuerdo. Mientras me consumo a mí mismo, los recuerdos van desfragmentándose en visiones que no comprenderé. El mundo sigue el curso que debe seguir, como yo, como esto. Todo comienza y todo acaba. ¿Qué hacer con este perpetuo acabar?
Ya es tiempo de que sea petrificado. No hay nada qué explicar. Esta palabrería no tiene ni comienzo ni fin. Esta historia es la historia del silencio entrecortado, esparcido en ruido, transfigurado en ondas infra o supra.
Quise escribirle un poema a ella, pero mi cerebro está ya muy coagulado. Quise acercarme y darle la mano, pero estoy ciego, cuando creo verla no está y cuando está no la veo… Ya no continuaré.

Ay del viento.

Fotografía por Martin Canova