Nadie me entrenó en el amor,
nadie me dijo cómo era,
nunca alguien me enseñó
a soportar la indiferencia.
No hubo alma que dijera
lo que pasa cuando
el corazón se aprieta.
Tuve que aprender a pedradas,
por la vía del golpe
que en ocasiones,
casi siempre,
se tira a matar
o se pierde.
Nadie jamás mencionó
que el corazón se rompe,
que duele ver de lejos
sin poder siquiera
pegar pestaña.
Nadie me dijo
que no se manda en la mirada,
que no se gobierna en sentimiento ajeno.
Que duele ser espectador,
pero mata amar de lejos.
Nunca nadie me entrenó en el amor,
alguien nunca dijo ¡cuidado!,
mantén la distancia,
el amor es la guerra,
y a sabiendas,
sigo prefiriendo la tregua,
la paz de la distancia.
No soy conformista,
soy creyente de que
muchas veces
se pierde menos
en una retirada,
aunque la guerra sea
solo una jugada
de tu propia inocencia.
Nunca nadie me dijo
lo que duele amar,
lo que duele la espera.
Sigo con la venda en los ojos,
no quiero despertar,
no quiero ser parte del juego.
Quiero seguir inexperto,
creyendo que al amor
le corresponde el tiempo
y no la presión sin sentido
de conseguir lo que anhelo.
Al amor el tiempo,
al amor la espera.
Sigo creyendo.
A pedradas
