A veces me pregunto por las historias que nunca fueron, las posibilidades que no tomamos. Las que nos sedujeron y nos rondaron por un tiempo y que al final optamos por ignorar. Por pereza, por indecisos, por miedo o por algo más.

El hubiera no existe, es lo que dicen. Sólo existe en nuestras mentes, atormentándonos cuando nos dejamos. Se da vueltas en la fantasía como historias paralelas a las que nos gusta alimentar de otros deseos no resueltos.

La última vez que me enamoré me persiguió el hubiera durante un año entero. No le dije que me había enamorado hasta que lo volví a ver.

— Siempre estuve enamorada de ti — le dije.
— Y yo de ti — me contestó.

Mentira.

La historia es muy larga y el contexto es esencial, no me da este texto corto para ella. Pero se lo dije como pude y él pareció sorprenderse. Sus ojos se abrieron por un instante y se encendieron. Se agitaron, emocionados.

El escenario era intrincado, él lo sabía y yo lo negaba. Fue un rechazo ambiguo. Que si ustedes se han enamorado, saben que la ambigüedad en un rechazo es una diminuta pero existente posibilidad de amor mutuo.

Pero eso ya no importa, después de soltar una confesión tal, la historia que nunca fue, sí fue. Y matando un poquito el romanticismo, siempre fue.

Fotografía por Martin Canova