¿Qué te puedo decir, cariño?, ¿aún puedo decirte cariño? Desde que te fuiste todo se ha ido a la mierda. Si hago mi luchita para ganarme un lugar en el mundo no es tanto porque lo considere importante, sino porque tengo miedo de morir.

Como puedes ver en las fotos, he engordado. Te hice la promesa de que me cuidaría y, apenas te fuiste, la rompí. Qué frágiles son las palabras, ¿te has puesto a pensar en ello? Prometiste volver, pero ahora ya no estoy tan seguro de que lo hagas. No es reproche, es la vida, son cosas que pasan todo el tiempo: si prometemos algo es porque tenemos miedo de ser francos, y a quien es franco y no se compromete lo vemos con malos ojos, como a un bicho raro, como escoria.

Tampoco he dejado el cigarro. Fue el sustituto perfecto para tus besos: una calada y es como si no necesitara nada más en mi boca. Sí, están agrietados, laten de dolor, pero qué más da. Al final, son lo más cercano que tengo a un beso tuyo.

Conocí a una chica en un bar. Quise llegar a primera base, pero el pasado decidió jugarme chueco: un recuerdo se hizo tangible, y justo antes de que pudiera besarla, tuve que detenerme y pedir perdón. Ella tomó sus cosas y se fue y yo me quedé sólo terminando una cerveza. Al poco tiempo vi cómo la chica ya estaba en otra mesa y el tipo en ella no perdió tiempo para llegar a primera base. Te lo cuento porque es la única manera que tengo de ser transparente, no para darte pena ni para que me condenes.

Ahora sé que me vas olvidando. Te he visto en tu nueva foto de perfil sola, pero totalmente radiante, y me ha dado por pensar para quién posas, porque seguro debe haber alguien tras la cámara capturando esa felicidad en un instante que no se borra, que no se tiñe ni desdibuja por obra del pasado.

Tenía que decirte adiós. No sólo tenía, me urgía. No hay nada más triste que alguien que espera algo que no será. No puedo seguir pensando en posibilidades de futuro, cuando el presente clama con tanta insistencia por ser vivido.

Adiós.

Fotografía: ManboKey