Un santero me aconsejó que te hablara directamente si quiero terminar de una vez por todas con esto: ya no te amo.
Conformas una parte importantísima de mi vida, fui lo mismo para ti y por eso te estoy siendo franco. Aunque en realidad flaqueo de miedo.
El problema es que no te has dado cuenta que ya no perteneces aquí. Ya no es tu alcoba, no es tu cocina, ni mucho menos es tu baño, donde sigues ocultándote.
Alguna vez lo fuiste, la luz de toda la casa, pero hoy solo eres sombra agazapada. Asaltas como guerrillera tremebunda, cuando menos lo esperamos apareces en todas tus deformaciones.
Y es que desde que tú tomaste esa arrojada decisión, he visto, soportado demasiado. Pero más allá, tú también mereces respeto.
Dejar de espiar en tus pedazos de realidad, de resquicios en las cortinas de encaje con las pestañas casi rosando la tela, con tus labios de sangre tratando de sellar los míos en las madrugadas y con tus pupilas de universo que no se cansan de mirar a los niños…
Te lo digo directo, te vamos abandonar porque ahora la situación es un nosotros; y mis hijos, mi esposa, temen por lo que no ven. Y yo ya no quiero mirarte así.
Con esas manos que no son las tuyas y tu suéter favorito derruido lleno de las asquerosas manchas blancas de pastillas vomitadas en tu pecho.
Por eso me voy. Nos vamos. En dos meses nos mudaremos de esta casa, pero tú… te quedas aquí.