No se como llegué aquí, de pronto e inesperadamente todo fue ambiguo. Camine dos calles más y doble a la derecha. Tenía la sensación de que algo raro pasaba y no lograba identificar que era. De alguna forma logre llegar al despacho, ese día todo me parecía más brillante que de costumbre, las paredes de la oficina parecían estar un poco inclinadas. Decidí no darle importancia a estos detalles y me puse a revisar los papeles que tenía sobre mi escritorio; note que el contorno de mis manos estaba indefinido y temblaban mas que de costumbre, sin embargo esto no logro captar tanto mi atención como la hoja que tenía en mis manos, no podría decir que comprendía del todo su contenido, era un reporte de algún directivo quejándose de algún empleado de “menor rango”, parecía más bien una disertación del deber; –del deber-ser…del-deber-ser-sumiso-, pensé para mi.
Redactado, claramente, por un hombre desorientado por su reciente ascenso y su relativo “poder” que ahora ejercía y que al parecer le venia muy bien a su carente autoestima. Al percatarme de estos pensamientos míos, sentí haber llevado ese ridículo asunto demasiado personal. – Increíble-, pensé. Escéptico opte por tomar el periódico, eche un vistazo a la primera plana, me sentí desamparado en el mundo, para la segunda página de la sección nacional me vino una sensación de vacío y melancolía junto con un profundo odio aunado a una sensación de nausea mórbida y hambre, esa mañana no tome mas cosa que un café. En ese momento llamaron a la puerta, -entre!-, dije mientras guardaba el periódico. Ahí estaba ella, la dulce Odette, mi fiel secretaria, su cara parecía más esponjada y blanca de lo habitual. –Odette, buen día!-, dije, ella me sonrió con su hermosos hocico rosado dejando entrever sus preciosos dientes delanteros. Dando pequeños saltos se acercó a mi diciendo que alguien me había dejado un sobre el cual me entrego en las manos,y premeditadamente me adelante al acto para poder tocar sus peludos brazos, ella quedo ruborizada al instante y le dije –Que bella es usted querida Odette, quizás algún día me conceda una taza de té-, ella simplemente dijo sonriendo –quizás-, y salió brincando de ahí.
Su presencia me había dejado entusiasmado por lo que deje el sobre de lado, suspirando e imaginando mi futuro a lado de mi bien amada me dirigí a la ventana a distraerme un poco. Que extraño este cielo, me parecía realmente peculiar, -no recuerdo haber visto un verde tan hermoso, y unos rayos de sol tan…variados y tan…grotescos-, pensé. Daba igual, mi Odette estaba pronta a caer rendida a mis brazos y eso era todo lo que importaba. Mi vista se posó sobre la catedral. Me dio la impresión de estar tan indefinida como mis manos, continúe ignorando esas pequeñeces y me conforme con admirar la majestuosidad de la catedral, su forma, su extravagancia, su inmoderada y un poco exagerada o incluso violenta cromacidad y combinación en su fachada. De pronto, una figura apareció ahí sobre una columna, parecía una figura fantasmagórica, definitivamente humana, sentí su mirada sobre mi como un peso que me paralizaba, asustado cerré precipitadamente las cortinas. Trate por un instante de reflexionar y explicarme lo irracional de mi reacción, con mas animo volví a abrir igual de rápido las cortinas y voila, ahí estaba eso, posando su demoníaca mirada frente a mi alma desnuda.
-Si…no puede ser otra cosa-, me decía a mi mismo como reclamando, -estoy paranoico eso es lo que pasa… No de nuevo- pensaba, como niño resignado decidí aceptar la situación y con desgano
me dirigí a la terraza de arriba e intentar ver mejor a aquella figura alarmante. Odette no estaba en su escritorio, mejor, así no me vería en este estado. Mientras me dirigía a la terraza pensaba cual era el verdadero propósito de esta precipitada decisión, trataba de justificarlo como algo totalmente necesario, como un instight, como un encuentro espiritual, pensaba también en las dulces y bien definidas patitas de Odette… Y en que había olvidado sacar la ropa de la lavadora; el olor a humedad que imagine de pronto impregnado a mi ropa me hizo olvidar cualquier propósito que hubiera podido tener por subir. Una vez arriba, vaya sorpresa que encontré, definitivamente era una especie de gárgola; con alas de mosca y cara de sapo, esta se exalto tanto como yo. Nos quedamos quietos observándonos por un instante, de pronto recordé la sombra fantasma que me observaba desde la catedral, pero ya no había nada. Debo confesar que me sentí aliviado de haber encontrado a este fenómeno en vez de aquella mirada omnipotente.
-¿Que haces aquí?-, le pregunte mientras buscaba mis cigarros. –Nada-, dijo una voz andrógina que me causo cierta repugnancia. -¿Nada?-, pregunte. –Soy el ángel exterminador-, dijo animado. Me quede observándolo sorprendido durante un momento antes de soltar una gran carcajada. El espécimen evidentemente molesto y frustrado me demandó por que tal escándalo, -No, nada, no es nada-, dije mas controlado, -Disculpe, tengo que regresar-, apague el cigarro, me despedí amablemente y me devolví a la oficina.
-Que mañana-, me decía mientras cerraba la puerta, seguramente era la falta de sueño lo que me cobraba estas peripecias. –Vacaciones…. Eso es lo que necesito-, me dije. Una serie de lugares paradisíacos como de catálogo vinieron a mi mente junto con la idea de un yate que me obsesiono por un rato, -Que extraño y agradable debe ser la vida en un yate-, inmediatamente mi principio de realidad me decía que era necesario desechar esa idea, sin embargo continúe con mis reflexiones acerca de ello, el yate y su capacidad de carga, me preguntaba cual seria el punto máximo de su capacidad como para hundirlo y para que hacerlo en caso de poder hacerlo, si su motor era proporcional al tamaño del pene del hombre que lo posee, si…
Fotografía: Jayme Keith
NADA QUE DECIR…