Dejar el odio

Amar también nos salva de lo cotidiano.
A veces lo necesitamos.
Te busqué. Deseaba querer.
Me llené de ti.
Te dediqué insomnios y tú dormías.

“Al enamorarnos escogemos nuestra fatalidad.”

Estoy segura de que lo pedí.
Moría por volver a sentir algo.
Buscaba sentir algo, algo más.

Apareciste y tu físico me atrajo tanto que lo supe.
Quise prenderme de ahí.
Te metí en mi cabeza con ejercicios puntuales donde las fantasías eran el motor.

Tu cara era lindísima, pero tus intenciones no.
Tampoco te culpo… (o no sé).

Pero te quería conmigo, aunque yo misma me compré el cuento.
Provoqué los altibajos emocionales.
Hablar contigo, tan sólo interactuar, llegó a ser lo mejor de mi día.

Y no te sacaba de la mente, revivía una y otra vez ese momento.

Me encantó vivir en esa fantasía, sólo quería disfrutar de sentir algo tan fuerte por alguien de nuevo.

Aunque claro que es una joda, es ridículamente cansado.
Pones toda tu energía en ello… en alguien más.

No lo vale.

Cariño, estaba muy ciega por ti, desconectada de mí.

Quiero dejar el odio.
Dejar el odio que no te pertenece porque se traduce a enemistad a mí misma.

Te dejé ir, pero no me agüito, cabrón.
Te dejé ir, pero lo importante es sanar por haberme vaciado.
Tengo la culpa por haber malgastado mi tiempo con quien no le era imprescindible.

Quiero dejar el odio.
No son escritos para ti. Me lleno de amor y letras para mí.

Fotografía: Esben Bog-Jensen