Relato de fantasmas con olor a gasolina y cerveza
En la bocina suena claro:
“Y me estarás llamando cada 20 de abril, / Y dirán que no hay nadie, que estoy lejos de aquí.”
Le subo. Que retumbe. Que se escuche hasta en el último puto rincón del olvido.
La gasolinera suda el sol del mediodía.
La primera Pacífico cae en mi vaso chino —el Yeti se lo llevó el pasado.
El hielo suena a risa vieja.
Acelero. José José me parte en dos.
Y entonces, ahí está: en el retrovisor, esa camioneta blanca que justo hoy decidió tomar la misma carretera.
La veo: lentes de sol, pelo al viento, como salida de un anuncio de vive libre.
—¿Nos vimos antes en otro lugar? ¿O solo es el calor?
Crush de un semáforo. Polvo. Nada.
La palapa amarilla —color de aquí vinimos juntos y ahora regreso como fantasma.
Chivis me mira desde el mostrador, sonríe con esa pena vieja que dan los que ya saben.
—¿Ahora viene solo, joven? —dice, y me parte al medio.
—Sí, doña. Pura caravana de uno.
Ella suspira, saca una chela para ella y me ofrece otra.
—Échese esta, mijo. Pa’ que no se sienta tan solo.
El Label 5 de los camaroneros parece reírse de mí (whisky barato, pero más honesto que mi cara de no me importa).
Cóctel de ceviche. Lo único que no sabe a recuerdo.
En el baño:
—$10, güero —dice el wey con cubeta.
Pago por escupir en el mismo mingitorio donde alguna vez me reí de amor.
Afuera, los viejos se curten el alma con whisky barato.
Les pido dejar “El Columpio” (Rieleros del Norte) sonando.
Uno se acerca —aliento a sal y noches perdidas:
—Al menos no traes esa mamada de azótame como a una puerta.
Nos reímos como si supiéramos el chiste.
Me ofrecen caminera en vaso de unicel.
Miro pasar carros llenos de gente que cree tener rumbo.
Yo aquí, mendigando paz en una caguama a medio terminar.
El mar está picado.
La sal me azota. Como las palabras que nunca le tiré a nadie.
Chivis se enoja con la del baño.
Le dejo $50 y un tranquila, vieja.
Ella me regala un chicle de canela (sabe a infancia que ya no vuelve).
En la playa vacía:
Escupo silencios, fotos viejas y el último ya no.
La última cerveza sabe a despedida sin abrazos.
El sol ya se hundió en el mar, como telón barato, pero la carretera sigue brillando bajo los faroles.
Enciendo las luces del Jimny. El tablero marca 8:47 PM —hora perfecta para llegar a un bar cuando nadie te espera.
Pongo reversa, dejando atrás la playa, las conchas rotas.
Es 20 de abril.
Mi teléfono no suena. Ni falta que hace.
El bar huele a cloro y derrotas ajenas.
El cantinero —morro de veinte— me sirve Matusalén blanco (cristalino, como las promesas que nunca cumplí).
—¿Otro? —pregunta.
Asiento. Él remata:
—Nel. Aquí hasta los fantasmas pagan cover.
Fotografía por Laurika Bretherton

Capturo lo invisible con fotos y palabras, buscando la poesía que se esconde en lo simple y lo real.
