Mientras tanto, aprender a habitar la incomodidad

¿En qué piezas o proyectos has estado trabajando últimamente?
En este momento mi práctica fotográfica está en transición, pero el proyecto que más ocupa mi cabeza —y el que más ilusión me hace— es un fotolibro narrativo en proceso, un proyecto que estoy desarrollando de forma independiente y que busca mezclar crónica y retrato como forma de contar historias.

Descubrir en el fotolibro un espacio de exploración narrativa abrió para mí un universo de posibilidades: lo vi como un medio en el que podía desarrollar distintas ideas personales que había postergado durante años. La idea fue madurando poco a poco. Todo comenzó con Lugar de Taxidermia, el primer libro de la editorial Esdrújula, cuya portada me llamó la atención porque los mosaicos de la fotografía eran idénticos a los de mi cocina. Esa coincidencia doméstica despertó en mí una curiosidad profunda por la relación entre palabra e imagen. A partir de ahí empecé a preguntarme de qué otras maneras podía contar historias visuales: exploré el cine, tomé un taller de dirección de fotografía en el que descubrí mi afinidad con la dirección de arte, cursé un diplomado de estilismo de interiores con AD y hasta imaginé crear una revista como espacio de conversación creativa.

En ese recorrido descubrí el trabajo de Mariela Sancari y tomé un curso suyo en el que profundizaba sobre el potencial narrativo del fotolibro. Fue ahí cuando entendí que no se trataba simplemente de un libro con fotografías, sino de un lenguaje en sí mismo: un espacio donde imagen, estructura y secuencia podían construir sentido y contar historias con la misma fuerza que las palabras. Esa comprensión cambió mi rumbo y elegí este formato como el medio ideal para desarrollar mis proyectos desde un lugar más íntimo y autoral.
El primero con el que decidí comenzar esta exploración es la historia de mi amiga Irina, una mujer trans a quien conocí antes de su transición. El proyecto aborda, desde la cercanía, el duelo y las preguntas que surgen en el proceso de cambio de identidad: parte desde mi propia perspectiva —como alguien cercano a quien lo vive— y se extiende a su historia personal. La intención es construir un relato que dialogue con ambas experiencias y abra un espacio de reflexión en torno a la empatía, la identidad y el derecho a ser.
En la parte visual, el punto de partida de las fotografías nace de una conversación con Irina: ella dice que siempre fue mujer, que simplemente “se dejó salir”. Esa idea me llevó a pensar en el gesto de liberar algo que ya estaba ahí, como en las esculturas que Miguel Ángel decía que habitaban el mármol. A partir de esa metáfora es que comienza a construirse la propuesta visual, que aún se encuentra en evolución.

Desde el inicio tuve claro que la fotografía no debía ser solo un acompañamiento del texto, sino un lenguaje propio. Mi intención es que el proyecto se realice principalmente en fotografía análoga —por su capacidad de traducir el paso del tiempo, la espera y el azar—, aunque por ahora también he hecho tomas digitales para asegurarme de capturar ciertos momentos que no podían posponerse. Todavía estoy definiendo si el resultado final será completamente análogo o si ambos formatos convivirán, pero siento que esa decisión forma parte natural del proceso.

¿Qué aprendiste (o desaprendiste) mientras trabajabas en ello?
He aprendido que contar historias no siempre implica saber adónde vas desde el inicio. A veces el proyecto tiene su propio pulso y lo mejor que puedes hacer es escucharlo.
Y más que desaprender, creo que he tenido que reconciliarme con ciertas dudas: con la pregunta de si mi fotografía puede considerarse suficientemente “artística” o si se queda en un lugar demasiado “bonito” o “estético”. Esa tensión, que en otro momento me habría hecho frenar, hoy la veo como parte del proceso y como un impulso para profundizar en lo que quiero decir con mis imágenes.
También he comprendido que apostar por los proyectos que nos llenan el alma —aunque no sean encargos, aunque requieran de nuestro tiempo, esfuerzo o recursos— es lo que va abriendo camino. Justamente por eso, a pesar de los retos, para mí es fundamental seguir desarrollando proyectos personales como este fotolibro.

¿Qué palabras, ideas o emociones te rondaban la cabeza?
Empatía, identidad, libertad y duda. Sobre todo, la convicción de que aunque nunca entendamos del todo al otro, siempre podemos concederle el beneficio de la duda, el derecho a ser y a existir desde su propia mirada. Y es precisamente al mirar desde la perspectiva de alguien más —o al atrevernos a compartir la nuestra— cuando se abren nuevas posibilidades de encuentro. Es en ese espacio de intercambio donde, creo, empezamos a conectar de verdad.

¿Hubo alguna conversación, película, música o libro que se haya colado en ese trabajo?
Más que una sola obra, este proyecto está lleno de conversaciones con Irina y con otras personas cercanas que han moldeado su rumbo. También ha estado muy presente la crónica literaria, especialmente a través del taller Narrar la realidad del periodista Mateo Peraza, que me ayudó a descubrir el potencial narrativo de la escritura personal. Y en el lado visual, el trabajo de Mariela Sancari —y el curso en el que profundiza sobre las posibilidades narrativas del fotolibro— fue fundamental para entender este formato como un objeto narrativo.
Por supuesto, el universo editorial de Esdrújula también ha tenido un papel importante: aquella primera portada —que no era de mi autoría— fue la que me hizo mirar distinto la relación entre imagen y palabra. Con el tiempo, ese vínculo evolucionó y pasé de ser espectadora a formar parte activa del proceso creativo, realizando las fotografías para sus últimas portadas, lo que me ha permitido explorar nuevas posibilidades narrativas desde la imagen.

¿Qué fue lo más difícil que has enfrentado últimamente en tu proceso creativo?
Lo más difícil ha sido darme el permiso de cambiar de rumbo creativo. Después de haberme desarrollado durante años en el mundo del diseño de interiores, soltar esa identidad profesional no ha sido sencillo. Darme la autoridad de reconocerme como fotógrafa —y ahora también como escritora— ha implicado trabajar con muchas inseguridades. A pesar del camino recorrido, hay una parte de mí que aún se siente amateur en el mundo del arte, pero creo que aprender a habitar esa incomodidad también forma parte del proceso creativo.

¿Cuál es tu restaurante favorito y qué nos recomiendas pedir?
Me encanta Truck Chef en Mérida, especialmente su hamburguesa Hendrix. También Temporada de Tacos, donde recomiendo el taquito de nopal, algún agua del día y cerrar con su carlota de limón.

Si este mes tu vida fuera una película, ¿qué título tendría y quién haría el soundtrack?
No estoy segura de cuál sería el título… tal vez algo como Mientras tanto. Tampoco sé quién haría el soundtrack, pero Erase/Rewind de The Cardigans seguramente sería el tema principal: me ha perseguido entre tantas idas y venidas y describe muy bien este momento de tránsito.

Recomiéndanos uno o más artistas que sigas, que te inspiren, y dinos qué es lo que más te gusta de su trabajo o de su forma de trabajar.
Me gusta mucho el trabajo de Manolo Taure (The Graphic Bakery). Aunque no está directamente ligado a mi proceso, me atrae su manejo del color, lo manual y lo sutilmente cómico de su obra. Siempre que puedo adquiero sus postales porque me transmiten ligereza y alegría.