Mi piel entera se resistía,
con la aversión de quien atenta contra su naturaleza,
pero no tuve remedio y me armé de valor,
porque para llegar a mi cabeza
había que filtrarse por cada uno
de los poros de mi abandonada piel.
Me sumergí palmo a palmo en aquellas aguas,
las aguas que prometían el olvido,
y, por temor a dudar en el instante decisivo,
me lancé en un solo impulso a la corriente.
De golpe me quedé sin aliento.
El agua, tan fría, me quemaba.
Las palabras, el pensamiento, el recuerdo,
se condensaron en el instante.
Por un momento todo era el momento.
Entonces me pregunté cuántos segundos, minutos u horas
habría de pasar sumergido para que el olvido hiciera su obra,
pero no pude averiguarlo.
Todo fue inútil.
Aún cubrían mi piel tus manos ausentes.
Tu rastro permanecía en cada uno de mis poros indefensos.