Luciérnaga

Me enervan los que no tienen dudas y aquellos que se aferran a sus ideales sobre los de cualquiera.
–Francisco M. Ortega Palomares; Ideario, fragmento.

Coleoptera lampyridae. Luciérnaga.

Las luciérnagas tienen una actividad especial de apareamiento en temporada de dos meses, a partir de junio; es cuando más brillan, cuando su reacción luminiscente es activa, buscando pareja las hembras sobrevuelan más cerca de la tierra, los machos por encima de ellas a mediana altura de los árboles. Más o menos como los humanos: Las mujeres siempre con ideales más concretos, con los pies en el piso; los hombres divagando entre su libertinaje o abandono.

La ecuación es la misma: Dos hacen uno.

La conocí después de un viaje al que asistimos en el mismo grupo, no crucé palabra con ella hasta el último día, en el que amablemente me invitó a recorrer las calles con su grupo, de creación espontánea. Conversamos lo informal que se debe en un viaje con desconocidos, aunque reconozco que tiene una sangre muy ligera al trato, es amable, cortés y da pie de plática.

Y aquí vamos embustera.

Cogió mi móvil y me agregó a su red social, como si yo lo hubiera hecho. No me di cuenta hasta pasados días.

Hubo química desde el principio estoy seguro, o al menos un sentimiento de incertidumbre por descubrir al personaje detrás del adivina ¿Quién? De pronto en mis necesidades ya estaba hablar con ella, o escribirnos, o cualquier modernidad que llegara.

Comenzamos a salir a caminatas larguísimas con temas que nunca terminaban, hasta el día que la reconocí; pero no de un viaje efímero a cualquier ciudad, la reconocí de un camino donde nuestras huellas eran fósiles, de un lugar sin tiempo, o perdido en el tiempo. Supe que era ella. Sin saber de memoria su rostro ya la había visto al amanecer, sin conocer sus labios ya la besaba y, sin sentirla; todo su ser estaba impregnado en mi tacto.

La reconocí de una época que no puedo describir, de un sin tiempo que habitamos alguna vez, en algún lugar, con alguna historia. Sentí todas las memorias del universo en ese solo fragmento del cosmo que recorrimos. El primer beso. Luna ojo de dragón y dientes de nube.

Hasta que decidimos viajar supe que debía ser entonces cuando le pidiera ser mi amor, de nuevo mi amor. Dentro de mí sabía que nuestra historia tenía más de unos cuantos meses.

Me dijo que sí cuando vió la primer luciérnaga brillar en el bosque que visitamos, ya no era temporada pero aparecieron unas cuantas lampíridas, las suficientes. De cualquier manera ahí estábamos con la lluvia pegando coscorrones con las gotas que se colaban entre las hojas de los árboles.

Inmóviles de frío, tomados de la mano y con un chispazo de luz de luciérnaga y relámpago, terminó con la espera de una respuesta sellada con un beso de sol, cálido y vencedor de cualquier clima adverso. No hubo más frío, no hubo más lluvia, ni gente ni bosque. Solo ella; mi ella, y yo en medio de todo y nada sintiéndola desde hace tiempo.

Sin saber.

Fotografía: Stefano Majno