Apocalipsis

De haber corrido por tu cuenta
habrías edificado un prodigioso estanque
que prolongara la extinción
—al menos transitoriamente—
de todos los delfines,
las vaquitas marinas
y las ballenas azules
que aguardan el apocalipsis
pacientemente resignados.

Te conmovía la sumisa orfandad de cada perro callejero
y soñabas con liberar a todos los puercos del cadalso,
o con erigirles un inmueble digno de su inteligencia
y amparar del huracán a los zorzales indefensos.

Quizás eso intentabas aquella madrugada:
salvar a la criatura que, entre sombras,
hallaste en el agua intoxicada
donde nadan los peces de ciudad.

Creyendo que era búho
la llevaste al bosque.
Queriendo que fuera pez
la mudaste al mar.

Pero nadie te advirtió que,
antaño salvaje,
hoy le basta con mirar por la ventana,
se contenta con soñar que caza.

Cuando se enciende la noche
y nadie atestigua su ternura,
se acopla sigiloso a tu costado,
te roza con falanges delicadas
te besa de nariz y de mejilla.

Nunca nadie te lo dijo:
libres y domésticos,
nocturnos y furtivos,
insalvables,
los gatos aman en silencio.

Fotografía por Hako Otoko