Hoy la ciudad está llena de humo. En algún lugar cercano se quema un bosque. Mi abuelo decidió unirse a la Fuerza de Bomberos: el mes pasado lo operaron de la próstata y ha estado orinando con gran potencia, dice la abuela.
Cuando José Luis aún vivía, le sugerí que leyera Las partículas elementales de Michel Houellebecq. Creo que fue el único libro que le recomendé en los años que duró nuestra amistad. He leído varias veces la novela, pero si alguien me preguntara de qué va, no sabría cómo contestarle. Mi memoria es selectiva. Cada vez que leo un libro que ya he leído anteriormente, puedo disfrutarlo como si fuera la primera vez. No miento. Quizá exagero un poco.
La nata densa y gris invade el aire. Me recuerda al lugar de donde vengo. También me hace pensar en China. El planeta se incendia. Quizá todo esto esté llegando a su final. Esto, sin embargo, sí lo recuerdo bien: la novela comienza en un tiempo después-del-ser-humano, y habitan otros seres que –con algo parecido a lo que nosotros llamamos tristeza– hablan de los humanos y de las vidas que llevábamos en la Tierra.
Es de esos libros que me hacen sentir acompañado. Cuando empecé a vivir en Australia, conseguí un ejemplar de segunda mano. Se lo presté a James pero nos dejamos de hablar después de un pequeño altercado. No supe si lo leyó. No me lo devolvió así que la esperanza no ha muerto. Sé que José Luis no lo leyó: cada vez que le preguntaba me decía que le daba flojera. Ahora ya es tarde, José Luis ha muerto y no se puede hacer nada.
Pienso que Houellebecq debería unirse también a la Fuerza de Bomberos. Siempre que lo veo en fotos o entrevistas, sale fumando. Imagino que debe ser un experto en chispas, fuegos, humos y cenizas. Fuma uno tras otro. Chain-smoking, dicen en Australia. Es posible que Houellebecq haya provocado el incendio en ese bosque de donde llega el humo hoy a esta ciudad. O, si no fue él, quizá fue alguien que fuma como él. Y, si fue así, ojalá que por lo menos escriba novelas como las suyas. Me gustaría leerlas.

