El Apapacho

¿Cómo nació este local y qué lo hizo diferente desde el principio?
Este local/proyecto nació sobre una base sólida. La construcción es robusta, lo que de alguna manera nos obliga a permanecer, a estar presentes. Es un espacio pequeño, pero según la filosofía ikigai, es recomendable empezar de a poco. Y en este caso, esa fue nuestra decisión: empezar en un espacio reducido pero con una intención clara. Lo que realmente nos ha hecho diferentes desde el principio es el interés genuino por las personas. No se trata solo de ofrecer un servicio o un producto, sino de crear conexiones reales, de entender las necesidades de quienes nos visitan. La autenticidad ha sido clave en nuestro camino. Desde el inicio, nos enfocamos en lo que verdaderamente importa: cuidar de las personas, hacerlas sentir bien y formar parte de su día a día de una manera significativa.

¿Qué parte del día, del espacio o del proceso creativo disfrutan más quienes trabajan aquí?
Para nosotros, hay cuatro momentos que realmente disfrutamos. El primero es la luz del amanecer y atardecer, cómo el sol entra al lugar y nos da una energía especial para empezar el día. El segundo es el primer molido de café, esa explosión de aromas que llena el espacio, un momento único que no se repite. Luego, está el ambiente cuando el lugar se llena de parroquianos o cuando logramos conectar con un cliente nuevo, esa sensación de comunidad nos llena. Y el cuarto, es el momento de la calibración del café, cuando logras encontrar ese punto dulce, el balance que buscas (o no). Es un momento sin retorno en el paladar.

Si alguien entra por primera vez, ¿qué es lo que no debería perderse?
La oportunidad de confiar. Confiar en el barista, en las sugerencias, en dejarse llevar. Soltarse, relajarse, abrirse a conocer a las personas que están en el lugar. A veces, el mejor café no está en lo complejo, sino en la simpleza… en ese momento tranquilo que te permite simplemente disfrutar.

¿Cuál ha sido un desafío interesante que los haya hecho replantearse algo sobre el proyecto?
Cada año ha traído un desafío distinto, y con ellos, también aprendizajes que nos han hecho replantear muchas cosas sobre el proyecto. En estos siete años, ha sido una lucha constante por crecer sin perder el rumbo.

2018 – El primer año fue una prueba personal: la salud física y mental de estar solos al frente, sosteniéndolo todo con pura perseverancia. También luchamos contra normativas que no permitían algo tan simple como un biciestacionamiento en la fachada.

2019 – Aprendimos a delegar y a confiar en otras personas, algo que nos costaba mucho al inicio.

2020-2022 – Durante la pandemia, el reto fue reinventarnos: llevar café en grano o molido desde casa, y también aprender a parar, a disfrutar el día sin sentir culpa por no trabajar. La lucha por el biciestacionamiento seguía.

2023 – Nos tocó confiar más en nuestras ideas, fijar metas más realistas, y aceptar que a veces hay que dejar ir a integrantes del equipo. Desprenderse también es una forma de cuidar el proyecto.

2024 – El desafío fue escalar la producción sin perder calidad. Apostar siempre por ofrecer algo mejor, sin comprometer la esencia.

2025 – Este año nos ha tocado volver a aprender a delegar más y mejor, escuchar realmente al equipo, y volver a poner atención a la salud física y mental, nuestra y de quienes nos rodean. Cada uno de estos momentos nos ha hecho repensar no solo el proyecto, sino también nuestra forma de estar en él. Y seguimos aprendiendo.

¿Qué influencia, idea o referencia sigue guiando lo que hacen hoy?
Creemos en el café como lazo que nos une con el origen. Nuestra BARRA en Querétaro es siempre un punto de encuentro, pero también de partida: viajamos por todo México buscando cafés excepcionales de nuestros amigos productores para llevar vivas sus historias a cada tueste y a cada taza.

¿Qué lugar, proyecto o persona los ha inspirado últimamente y por qué?
Últimamente, nos ha inspirado mucho la filosofía de Jiro Ono, el maestro del sushi. Recordamos cuando vimos su documental por primera vez: nos sentimos muy identificados. En ese momento estábamos confundidos sobre el rumbo que queríamos tomar como ‘empresarios’ y fundadores de Apapacho. El enfoque del documental nos llegó muy profundo: a veces, el mundo no está fuera del proyecto que iniciaste, sino dentro de él, con todas sus limitaciones y atributos. Jiro nos enseñó que la excelencia no es casualidad, sino un camino que se construye día a día con pasión, disciplina y atención al detalle. Eso es algo que aplicamos en Apapacho: afinar nuestro café, respetar el producto y a las personas detrás, y nunca conformarnos, siempre buscando mejorar un poco más. La humildad y el trabajo constante son, para nosotros, la verdadera maestría.

Si su espacio pudiera invitar a alguien a colaborar por un día, ¿quién sería y qué harían juntos?
No sabemos si realmente lograríamos “colaborar” en el sentido tradicional, pero nos encantaría que entrara por la puerta como un parroquiano más, sin avisar, como si siempre hubiera pertenecido aquí. Charly García. Que se siente, que mire, que diga lo que quiera. Que se libere la magia del jam, tanto en la charla como en la música que ejerce su espíritu. Y que ese instante, impredecible y desordenado, se quede flotando en las paredes para siempre.

¿Hay algún objeto, rincón o detalle del lugar que tenga una historia que pocos conocen?
Sí, hay un detalle que pocos conocen. Durante el primer mes de obra, tallamos un mapa del mundo detrás de la pared principal. Lo hicimos para que el muro ‘respirara’ y para recordarnos cada día lo grande que es el mundo, para que nuestra cabeza no se sintiera atrapada dentro de esos catorce metros cuadrados. Con la restauración en 2023, decidimos cerrar esa etapa de nuestra vida en la que queríamos escapar y conocer el mundo. Entonces entendimos que nuestro mundo estaba justo ahí, dentro del local. Solo los parroquianos que nos acompañaron entre 2018 y 2022 conocen esta historia, unas quinientas personas aproximadamente.

Si este proyecto fuera una ciudad, un libro o un disco, ¿cuál sería y por qué?
Nos gusta pensar que sería un libro. No uno ya escrito, porque ese ya fue vivido por su autor. La música se escribe desde la emoción del compositor y la banda que la interpreta. La ciudad se forja desde la historia y la cultura del lugar. Por eso creemos que somos un libro en blanco. Uno que se escribe cada día, parte por parte, a través del proceso. Nos gustan los libros pesados pero fáciles de cargar. Decimos “pesado” porque te recuerda que lo tienes, que está presente. De hojas color crema y con ese olor rico que da gusto abrir. Un libro donde es fácil escribir en cualquier punto de él, sin importar la página. De tapa dura color verde apapacho. Así vemos este proyecto: como un libro que todavía no ha sido contado, pero que ya se está viviendo.

Respuestas por Renata Martínez y Mau Challu, cofundadores de Apapacho Café.