Como el fuego, el tiempo también te vuelve medio loco si lo observas demasiado.
Mirar atrás o adelante con tal minuciosidad e insistencia que todo tiene el potencial de cambiar su proporción, convirtiendo las ligeras lluvias en tempestades y los pequeños sucesos en tremendas catástrofes; dejándonos desorientados cuando hemos de volver al tiempo presente sin saber de cierto cuál es la realidad y en qué momento comenzamos a engañarnos a nosotros mismos.
Para que al voltear arriba, cuando hemos vuelto al tiempo presente, las estrellas, en caso de que la ciudad te permita verlas, puedan con toda seguridad indicar el camino, devolviendo todo a su tamaño verdadero para hacer que todo caiga en su lugar como si siempre hubiera habido un pequeño cubículo específico para cada elemento que habita este caudal interminable que lo coloca todo en la misma dimensión..
Quizás nunca sabremos el por qué se nos dio un cuerpo apto para navegar en el tiempo, con una mente que no es capaz de comprenderlo del todo y sin embargo lo intenta más allá de sus capacidades. Intentando fluir en él, evitando la tentación constante de escapar a otros sitios y abandonando todas las resistencias para mecerse a su compás a pesar de contar con su propia marea, que algunas veces parece no ceder en absoluto.
Al contrario del fuego, las aguas traen calma solo si se han contemplado lo suficiente.
De modo que al mirar arriba, junto a las estrellas, nos podemos encontrar con ella, que también avanza con las horas y que como nosotros, nunca es igual dos noches seguidas pero está siempre ahí para sembrar el ritmo de nuestras mareas.