… o de cómo una pequeña esquina del mundo con la palabra “paraíso” en su nombre se convirtió en mi utopía
Voy volviendo de un viaje al sur del continente. El año pasado fui a Argentina de intercambio universitario y justo antes de regresar a México, viajé con tres hermanas del alma a Chile y a Perú, y algo de esos espacios me embrujó de alguna manera que nunca podría describir del todo. Y fue por eso que volví este abril yo sola, por casi un mes, a ese pedazo de tierra abrazado por el mar. Planeaba reencontrarme con un adorado amigo chileno que curiosamente conocí en Argentina, pero no pudo ser. Entonces, a mi vuelta a casa, recibí dos mensajes suyos en la madrugada; por la noche me acurruqué en la cama con una taza de té caliente e intenté poner en palabras la montaña de emociones que tenía –y aún tengo- dentro de mi cuerpo y de mi alma.
-Flor Refractaria, Sábado 00:22 “Querida Carla, qué habrán visto tus ojos de esa angosta pero larga faja de tierra en el sur del continente.
“Qué te llevó a volver por esas tierras y cuál fue tu sensación luego de volver de ellas”.
-Crl, Sábado 21:16: “ Emi querido, llevo todo el día pensando la respuesta a tus preguntas. Disculpa si es larga, pero me justifico también diciendo que me quedé con todas las ganas de una de esas pláticas bellas contigo, quería contarte y preguntarte muchas cosas, entonces me explayo ahora tal vez para empezar (aunque sea en el espacio cibernético) con esa plática que ansié tanto.
“Sabes que existe un lugar cuyo nombre retumbó en mi cabeza muchos años, sin tener una sola idea de dónde quedaba o de cómo era, pero tal vez se quedó pa’ siempre porque llegó por parte de la primer maestra que penetró en mi almita, porque yo sabía que ella estaba ahí para compartirnos su conocimiento y sus pasiones. Ella nos enseñaba literatura y había vivido en Chile unos años, nos hacía leer cosas hermosas y nos hacía escuchar poemas de Neruda leídos por él mismo, y a mí me causaban escalofríos.
“Un día nos hizo actuar una obra chilena (en ese entonces yo no sabía que era chilena, ni si quiera sabía exactamente dónde estaba Chile, qué se hacía en ese país o por qué era importante) y nos dijo que el personaje que nos asignó tenía una razón de ser. La obra va de un circo que recorre lugarcitos a lo larguísimo de Chile y su destino final es Valparaíso; “la val del paradiso”, un paraíso con mar, esa era la utopía. Yo era la Emperatriz y me dio la impresión de que ella pensaba que en Valparaíso todo iba a ser mejor, todo lo que ansiaba era llegar allí –léela un día que tengas tiempito, no está tan larga. El día que vi el mapa de Valparaíso en tu casa, los recuerdos de esa maestra, de la obra y de todo, me cayeron de golpe, y en Villa María releí “El Tony Chico” y lo entendí todo. Creo que eso fue lo primerito que desde hacía años me picaba el cuerpo con la curiosidad de ir a tal lugar que llevaba la palabra paraíso en el nombre.
“Crecí con el “chip cambiado”, todos los adolescentes hartos de la vida soñaban con huir y treparse a la torre Eiffel y besar gente italiana o gringos, o cualquier cosa que no fuera como aquí. Pero yo moría por ir abajo, no sé por qué, aún lo siento, cada vez más con el tiempo y se ha convertido en una intensa necesidad, casi como un espíritu que me invadió. Entonces me topé en los mundos cibernéticos con la música de Gepe y de Camila Moreno y de la Javiera y de Violeta Parra, y nomás eso, así como niña encaprichada, nunca busqué en internet una sola foto de Chile, ni en Wikipedia, nadita. En el fondo de mi cerebro se plantó la idea de que esa música sonaba honesta y fuerte, sonaba diferente y quería ir a ese lugar donde los cantos eran francos y hasta chistosos. Recuerdo mucho una vez en una clase que me preguntaron qué me imaginaba haciendo en el futuro y mi respuesta inmediata fue “vivir en otro país, tal vez Chile”, me preguntaron por qué y yo dije “no sé, porque me justa la música de allá”; hasta yo me dije qué pedo, ¿por qué dije eso?, ahora entiendo que de verdad eso fue.
“En Villa María la única persona que me transmitió una magia inefable fue un chileno que tenía una gallina como mascota, y era chileno. Tengo que decir que de cierto modo Argentina me decepcionó un poquitín, no tengo nada malo que decir, pero por alguna razón no tuve grandes conexiones con personas argentinas, sólo pensaba en el gran viaje. Y después de no poder despedirme de ese chileno tan bello, tomé un bus con las brujas, cruzamos la cordillera y llegué al país que me llamaba desde hace tantos años.
“Entonces ahora, después de mi larguísimo preludio, vienen mis respuestas. Mis ojos vieron gente de muchos colores, vieron colores en las paredes llenas de graffitis, vieron un Palacio de la Moneda restringido al acceso de los civiles, como alejado, un espacio que de tan cuidado, reservado y majestuoso, quería gritar muchas cosas. Vi la bandera más grande que han visto mis ojos, imponente, sobre mí, haciendo ondas, grande grande grande como nunca podría explicar, cuando estuve ahí sentí escalofríos.
“Vi gente feliz, gente preocupada, gente despreocupada. Escuché muchísimos acentos diferentes antes de escuchar el primer “¿cachai?”. Me tardé en sentir que estaba en Chile; Santiago se sentía como un lugar de donde estábamos todos, hasta nosotras. Mis ojos veían muchas cosas que no comprendían, pero olía a que el mar estaba cerca, todos nos decían que en Chile nunca podías estar muy lejos del mar, y a mí eso me parecía maravilloso. Entonces, un sábado muy tarde fuimos a Valparaíso, y entendí que la Emperatriz era yo.
“En Valparaíso mis ojos vieron mil colores, vieron cómo las olas se salen del mar y hacen bailar a la gente, uno se siente vivo, uno ve a los demás caminar, hablar, reír, cantar y bailar y se siente vivo. ¡La gente toma vino en las escaleras! La gente se mira y se sonríe y siempre hay alguien con una guitarra, cualquier lugar se puede convertir en un mirador. Mi corazón iba sintiendo lo que los ojos veían y mis piernas no se cansaban y el vino no era suficiente y la boca tampoco me daba para la sonrisa. Dos días seguidos usé el mismo vestido de flores de mil colores porque no sentía que tuviera otro que fuera apropiado para cómo me sentía. Llegamos a una casa hermosa, con un ser hecho de estrellas, era el sol que me calentó el corazón que se sentía perdido y extrañaba estremecerse ingenuamente. Vi cosas bellas y desde que llegué, el deseo de regresar ya estaba dentro de mí. Sabes que mi profundo deseo secreto es ser y hacer música, cosa que la rutina y una ciudad enorme con caras aburridas y poco tiempo, siempre acaba por frustrar. Valparaíso es música y sol y mar, es todas mis cosas favoritas.
“Creo que me he ido liberando de a poco, me falta mucho para sentirme libre de verdad, pero hubo un tiempo en el que desconocía por completo la libertad -por mandatos sociales y cosas que pensaba que yo tenía que hacer y ser en la vida- mi corazón y mi cuerpo se sentían como una caja, pero no sabía qué era ese sentimiento. Pero en las noches, en mis ratitos libres conmigo, me gustaba pensar que en alguna otra vida era una hippie que sabía tocar la guitarra perfecto y cantaba hermoso, y tenía amigos que se sentaban en círculo a reírse y contar historias y cantar canciones que se sentían propias. Me gustaba pensar que podía emborracharme en donde quisiera sin miedo a dejar de ser una señorita decente, y soñaba que después de cantar y reírme y ser una persona extrovertida que no tenía miedo a carcajearse y tiene mil amigos que la adoran (cosa que aún no logro ser), llegaba a casa y al dormir había un humano que me abrazaba y con quien podía hablar de cualquier cosa en el universo, tal vez después de probar alguna droga (en ese entonces las drogas eran un deseo y curiosidad súper escondida dentro de mi, debido a su rotunda prohibición, por tanto tabú), pero yo iba a poder ser quien quisiera con ese ser al ladito de mi en la cama, y nos reiríamos fuertísimo por la marihuana y el alcohol y la música y las cosas que los adolescentes reprimidos sueñan que es la libertad. Haría el amor con más música y sería muy libre, lejos de mis padres, de mis amigos de ese entonces, de mi familia, de todo. Y en Valparaíso pude hacer una reinvención de mi idea joven de la libertad; supe que no era un sueño sino una posibilidad disponible y la estaba viviendo. Valparaíso me dio música, sonrisas, amigos de dos horas, un humano que –como ya dije- está hecho de estrellas, el solecito en persona, y cambió la música al hacer el amor por el sonido del mar.
“La arena es firme, y creo que firmemente me envolvió por los pies y me hizo sentir ese arraigo que sólo te causan las cosas que te hacen temblar cuando las recuerdas.
“Volví hace cuatro días, no dejo de temblar, ni de añorar, ni de querer sentirme parte de verdad de esa angosta pero larga faja de tierra en el sur del continente, que la abrazan el mar y las montañas, que está llena de gente libre y predispuesta a ser feliz porque no tiene los índices de violencia ni de conformismo social que el país que se supone que es mi hogar.
“Mi sensación luego de volver de aquellas tierras es de añoro, de profundo añoro, de desconcierto, un extraño sentirse fuera de lugar en donde se supone que pertenezco. Un día hablamos del sentido de pertenencia; mi brújula de pertenencia está dando vueltas desde que volví, no deja de girar desorientada (aunque tampoco es como que algún día estuvo estable y segura), busca el mar, busca el sol, busca los besos, busca la música y la arena entre las manos y los pies. Ahora busco empanadas en cada esquina, y cuando quiero compartir cosas chistosas, nadie entiende las palabras, porque en México a nadie le importa Chile, y todos entienden qué es boludo y el ritual del asado y el mate, pero nadie sabe que al ladito los weones toman once y sopaipillas, o melón con vino en la playa cuando es verano.
“Mi corazón y mi cuerpo están en conflicto, como la Emperatriz. Tal vez esa maestra me condenó y por eso ahora Valparaíso es mi utopía también, chocando con mi realidad de rutina y convivencia con otros 20 mil humanos más. Mi sensación es que no hubiera querido volver, porque puedo disfrutar el estar aquí, pero ya no es orgánico, tal vez siempre voy a estar buscango algo que me haga sentir aunque sea un poquito que estoy en un paraíso, pero soy pesimista desde siempre y temo que nunca lo voy a encontrar. También, como te dije, me falta libertad, me falta liberarme a mí misma y decidirme de una vez por todas a que me valga madres todo y saltar por completo a lo que mi corazón más quiere. Por lo pronto aún no puedo, sé que tengo cosas pendientes, “importantes para mi futuro”, que me nublan la vista y no me dejan claro cómo puedo encontrar la manera de volver a ese paraíso que añoro desde que despierto y escucho los claxons de los coches y veo gente comer con tortilla en vez de pan amasado.
“Y es que sólo siento que lo que mi corazón más quiere ahora es estar en ese paraíso aunque viva en una pieza que parece caja de cartón arrullada por el mar y tiene el sol adentro.”
Fotografía: John Kilar | Instagram
Siempre quiso escribir sobre ella en tercera persona. Le gusta el helado, los libros con café con leche, hacer documentales, acariciar aceras y leer en voz alta.