Volveremos después de estos mensajes

No estás aquí y te siento tan cerca, mi niña triste. Ya no quería verte llorar. Talvez estés mejor así, pero el que se chinga soy yo. Si me vieras ahora, frente a un televisor que no logra entretenerme, los animadores me parecen vacíos, sin alma, con una vida plástica, todo es muecas y dentaduras brillantes. Me pregunto cómo será su vida fuera de cámaras. ¿Será igual de superficial? Dejo pasar los programas por morbo, con poco interés, sigo en ruinas sobre el sillón y el control a un lado. Contigo no había bronca, no importa la porquería de entretenimiento que hubiera en televisión, tú te robabas toda la atención, con tus anécdotas mal estructuradas y tú voz tranquila, sin prisa, pero nunca floja. Aquí el día transcurre y el ocio me chiquea. Afuera hay sol, uno muy vivo y carismático. La gente yendo de aquí para allá, ocupados, devastados, siguiendo una rutina ya por inercia. Sé que la detestan, lo veo en sus rostro, en su caminar, en la manera en que saludan. Lo noto. Tratan de llenar las horas y no sus vidas. Pobre gente. Aquí todavía hay cerveza en la nevera y comida congelada.

Fernanda, me hace falta contarte mis alucines y que finjas que te parecen interesantes, con cara amable e incuestionable. Me haces falta, méndiga.

La tele sigue con su parloteo, yo meto un plato al microondas y miro los números rojos en retroceso. Regreso al sillón, pongo el plato a un lado del teléfono. Otra vez me acuerdo de ti, Fer, la nena con el vacío en el pecho. No sé si aún piensas en mí, preciosa. Por mi parte, todavía te extraño. No debiste irte, tonta. Yo te quería así, amputada, rota, en trozos. Que al cabo dime a quién no le hacen falta fragmentos.

Te llamaré, sólo para decirte que tú no estás mal. El problema es que aquí no hay lugar dónde permanecer en pedazos y eso precisamente es lo que nos destroza.

Fotografía por Jocelyn Catterson