Volcán

Los días seguían pasando y pretender cuidar desinteresadamente de lo nuestro técnicamente estuvo bien. Lo estuvo hasta que la burbuja ficticia se reventó y mi valor por defender la verdad terminó con tu felicidad.

Debía terminarse toda aquella turbulencia generada por despertar a tu lado ya que cuando la sangre hierve al mismo tiempo que corre por mis venas, es inminente la destrucción. Tarde o temprano, me convertiría en un volcán y lanzaría lava que llegaría a todos los rincones de nuestro hogar; las erupciones no se detendrían, ninguna de ellas cedería y al final mi cuerpo se incineraría desde muy adentro.

Así es mejor, te lo juro.

Me tomaré la libertad de decir lo que pienso porque ya no soporto cargar con el peso de mi silencio y el hecho de no hacerlo, sería un evento apocalíptico con el que tus emociones no sabrían lidiar.

Ya no me queda fuerza.

Dejaste que me consumiera sabiendo que te quería.
Que te quería como mi hermano quiere a sus plantas: con la ilusión de verlas crecer y que puedan mantenerse  con plenitud a través del paso de las estaciones.
Que te quería con aquella sensación de certeza, respeto y sosiego.
Que te quería de la mano el tiempo que fuese necesario, sin la obligación de sentirte atrapado.

Dejaste que tu ausencia doliera aún cuando ni siquiera me hacías falta y a sabiendas de que el amor que te estaba entregando era por mucho el acto más honesto de mi existencia. Porque aunque mis expectativas se encontrarán en blanco, te quería.
Te quería con la calma que rodea mi exterior al colocarme ambos audífonos mientras suena una vieja canción.
Te quería entre visitas a hospitales, terapias psiquiátricas por aquello de la depresión y nulas ganas de vivir.
Y es que te quería tanto como a una buena copa de vino los sábados por la noche en alguna terraza de la ciudad mientras pensamos en lo mucho que odiamos el verano y en el viaje al otro lado del mundo que habíamos estado esperando.

Dejaste que comenzara a recordar cada plan que hicimos de forma espontánea.
La manera en que tus ojos se iluminaban cuando hablábamos del futuro juntos.
Es gracioso porque lo anterior cae en la definición de cliché y yo no creía en esas tonterías hasta que te encontré.

Fue bonito crecer a tu lado.

Pero no voy a quedarme para próximamente darme cuenta que experimentar con el miedo me ahogó, me violentó, me hundió.

Tampoco lo haré con la intención de engañarme y un día sin esperarlo, recostada en la tina, caer en la cuenta de que llevo meses construyendo edificios en mi interior para posteriormente destruirlos y así demostrarme que si yo lo quisiera aún tendría la capacidad de huir.

No podría.

No es nuestro destino el destruirnos tan irresponsablemente.

Busco que crezcas, no que te detengas.

El verbo “perder” causa nostalgia o remordimiento pero siendo sincera, elegiría cruzar ese camino a terminar en el futuro donde no pueda disfrutar las cosas que amo sólo porque tú no estás. En definitiva, prefiero ser consciente de tu existencia en la lejanía a despertar pensando que nada es suficiente para mantener la alegría.

Sorpresas, sorpresas.

Tal vez sólo intento decirte que siento como si me estuviera perdiendo de algo, que las piernas ahora sólo me tiemblan, que dentro de mí todo está ardiendo, que pensar en nosotros me causa destrozarme las uñas a mordidas, que sólo debo encontrar el elemento que apague la lava que me está consumiendo.

El elemento que me haga olvidar que todo ha muerto dentro de nuestro hogar.

Fotografía por Camerafilmlens