Vivir mortificado

 

Odio al mundo y a sus delirantes habitantes. Odio a la cotidianidad y a la emergente soledad que se apropia de nosotros día tras día y nos deja cada vez más lejos el uno del otro. Odio la prisa del amanecer y los murmullos del atardecer. Estoy harto. Tengo el cuerpo lleno de llagas. El futuro me sabe amargo.