Una pieza del pollo

Mientras fumo un cigarrillo, abro la ventana y recuerdo observar a la gente y todo lo que hacían, cómo caminaban y se expresaban.

Todos amaban y saludaban cordialmente al anciano de la cuadra mientras él abrazaba a los niños que se acercaban a él, porque siempre les regalaba dulces.

Todos amaban y saludaban a la señorita de dos casas hacia arriba, era amable y siempre vestía colores pastel. Cómo olvidar esos atuendos y su sonrisa, enseñaba todos los dientes y un brillo especial en sus ojos. Siempre tenía una palabra de aliento para alguien.

Todos los días eran saludos amables que llegaban a hostigar.

Pasó el tiempo, y el anciano que yacía ahí desde hace más de 30 años, ha muerto, lo han asesinado los mismos vecinos, resultó ser un violador y psicópata en potencia. Tenía carne humana y de todos los perros que desaparecían, congelados en su refrigerador.

La señorita amable de colores pastel, resultó que todos los días insultaba a su madre y detestaba su vida. Quería más de lo que tenía, no soportaba seguir viviendo así. En su propia pobreza mental. Terminó siendo un candil que alumbraba solo en la calle.

Los saludos dejaron de existir. Ahora todos pasan con desconfianza, las calles vacías, apenas alguien dice ‘buenas tardes’ presionando el puño. Todas las ventanas y puertas tienen esas protecciones de herrería. Ya no se escuchan los gritos de niños jugando, ni los perros andan por ahí. El camión que recoge la basura ya ni se detiene. La señora de la tienda ya no abre. El único árbol de capulines que quedaba, se lo ha acabado una plaga.

Por cierto. Llegó una nueva vecina. Dulce y amable. Vendedora de productos por catálogo.