Un trozo anaranjado

De pronto desperté. Con el bikini puesto me recogió en la casa: Mi Amor-me dijo- y me tomó las manos, las puso en mi mandíbula, me besó, me mordió una mejilla succionando al final un poco de piel pegada al hueso. De pronto estábamos ya en el coche, con su mano en mi verga mientras yo miraba el horizonte. Me sentía tan querido que me olvidé de todo y estábamos ya en Acapulco besándonos de nuevo en su Fiat 500. Fue la primera vez que pude cotejar las esferas duras de sus nalgas. Ensortijados, no veía nada cuando aparecimos dentro de un chalet frente al mar. El ventanal era gigante y el interior tan blanco como la Costa Brava. ¡Marlene!-gritaba ella-, y dos copas de vino se derramaron sobre nosotros. La arena era apenas un trozo anaranjado que caminamos solos y dispuestos.