Nos fuimos tan lejos para comprobar lo que ya sabíamos. Nos dijimos No con todo el cuerpo y ahí empezó la debacle de todo lo construido. Y nos acostamos, cada uno por su lado, dándonos la espalda cuando antes nos dábamos placer. La noche fue como de costumbre, de hora en hora hasta convertirse en madrugada y pasar a ser de día. Al despertar, los dos estábamos acomodados en otro lado. Cumpliendo el viaje de nuestras vidas, sabiéndolo sin saberlo. Ahorrando cada centavo para ir a acabarnos bien pegaditos al Mediterráneo. ¡Será que siempre fuimos unos románticos!
Recuerdo que todavía nos tomamos de la mano y sonreíamos. Pedimos una cerveza con sabor a limón, la compartimos. Tú pediste paella, yo salmón. Mi alergia al camarón no me permitió robarte unas cuantas cucharadas por más que le quitabas de en medio los restos de camarón a ese arroz.
Caminamos muy despacio por la playa, con los pantalones arremangados, tomándonos fotos, suplicándole al clima que no lloviera. Que con la tormenta que traíamos por dentro bastaba. La peor de las tormentas, la que no tiene nada qué reclamarse. Y tú hablabas del porvenir como un cíclope ciego. Y a los dos nos pesaba esa verdad que no se dice pero se sabe. Nos regalábamos besos que ya no hurgaban nada. Porque un beso que ni siquiera provoca tristeza ha de ser de los besos más tristes. Y te quería, te quería por todo lo vivido, por todo lo entregado, por tanta noche y día hecho polvo y tomado a tacto, con mis yemas de los dedos con sabor a ti, con tantas palabras que vertí en tu boca, ni una sola fue en vano, ni una sola fue vacía. Ningún plan hecho nació con la intención de morir, todas mis miradas llevaron remitente durante este viaje, te hablo del viaje de la vida, de nuestra vida. Tan largo y corto. ¿En qué momento nos convertimos en dos grandes amigos y nada más?
Nos entregamos todo, nos matamos como se matan quienes se quieren, con arrumacos, con sonrisas, con palabritas dichas con la boca y con la piel, con el cuchillo que no tiene filo, del que no corta a la primera, del que no sangra a la primera. Nos rompimos como sólo dos que se quieren mucho se pueden romper, a placer.
Yo creo que nos fuimos tan lejos para dejarnos allá, sin testigos conocidos que nos reclamaran. Y cuando regresamos, los dos sabíamos que regresábamos cada quien por su lado, en el mismo vuelo pero con diferentes alas.
Fotografía por Edie Sunday