Ahora un elefante blanco está en la habitación revolviendo cajones, abriendo puertas, destruyendo todo lo que queda cerca de sus torpes pasos. Y no puedo hacer nada para detenerlo.

No entiendo cómo es que este ejemplar en peligro de extinción vino a parar aquí. Cuando intento poner mi mirada en alguno de sus ojos, haciéndole frente, sólo me barre con algo parecido al desdén, para luego esquivarme como si me tratara de un pedazo de mierda. Temo que fueras tú quien le ha dejado pasar al apartamento luego de dar por terminada nuestra relación; si no, ¿de qué otra forma estaría aquí, haciendo su desmadre, protegiéndose de la torrencial lluvia de esta tarde?

Pero has sido extremadamente cautelosa: no has dejado pista alguna, cabo suelto, que me pueda decir que tú has sido quien ha dejado ingresar al descomunal animal. Ahora mismo tengo la terrible impresión de que él ya estaba aquí desde antes; tal vez incluso antes de que mudarnos aquí. Ahora el piso está lleno de posta y orina animal, y temo que ni limpiando mil veces con cloro se irá la peste; y también temo que este elefante blanco se aburra de mí y simplemente me aplaste antes de encontrar la manera de hacerlo salir de aquí.