Te apoyas firmemente sobre el pasamanos y posas frente al espejo. Ya casi es hora del espectáculo. Te miras y ves en ti el cuerpo ideal para ser un cisne: esas costillas marcadas en tu camisa de licra y ese culo, pequeñito, duro, seductor, te lo dicen.
En la mañana no podías ni levantarte. Te ardían los ojos, las rodillas y las muñecas las sentías rígidas. Intentaste abrir los ojos, pero la luz te lastimaba demasiado. Julio no te había tratado bien en la noche. Las chicas del ballet nunca son tratadas bien cuando quieren el papel protagónico, bien lo supiste cuando lo tenías montado sobre ti.
Afuera silban, aplauden. La función del lago de los cisnes ha comenzado. La orquesta sinfónica ha iniciado. Te miras, respiras, intentas no pensar en la noche anterior.
Pero te va a doler más que en la mañana. Te va a doler el cuerpo y esos doce centímetros que maltrataron tu raya. Te van a correr las lágrimas. Y no te gusta que corran porque después viene el temblor en los labios y el puchero.
Saldrás del teatro.
Sexto piso del edificio; las luces apagadas; te va a doler; la chica llamará: Oye, lo siento, él me prometió que sería yo.
-Y a mí -dirás antes de colgar el teléfono y caer rendida en la cama.
Quince semanas pasaste preparándote. Vendiste la mitad de tu ropa, el mueble que te regaló tu padre cuando te mudaste, y todo para pagarte un lugar en la compañía.
-Es todo lo que tengo -dijiste.
-¿Todo? -preguntó Julio-. No te va a alcanzar ni para el próximo año.
-Tiene qué -dijiste.
-Puede bastar, pero… -te miró.
Suena el segundo número, estiras las piernas, haces muecas, te suenas la nariz. Uno, dos; uno dos y salto. Estoy lista, dices.
Te alejas del espejo y caminas hacia la línea de salida.
La pequeña Justina se cruza en tu camino, te pide disculpas. Miras su vestido, es idéntico al tuyo, cisne negro.
-¿Qué llevas puesto? -le preguntas.
-Bromeas. Es mi vestido. Ya casi me toca salir -sonríe.
Del otro lado del escenario Julio te hace señas. Te pide que no salgas, que te alejes de la línea de salida. No lo haces, entonces uno de sus hombres viene por ti y te lleva de regreso al salón de danza.
-Le sugiero que no salga, señorita -advierte el hombre.
Fotografía por Michel Nguie
Escritor y redactor mexicano (1997). Dictaminador de Revista Tlacuache.