Comenzaré hablando del empacho.
A veces pasa, que tomas tantos tragos de agua como puedes en una sola vuelta, y te empachas.
De agua. Pareciera entonces que el vaso se llena de silencio, y gota a gota me vuelvo a llenar.
Me presento; soy un escorpión amarillo que camina de puntitas en su propia lengua, a veces saltando, pero nunca corriendo. Porque sino me gana la ponzoña.
¿Qué, qué hago aquí? Nada en particular, sólo te observo. Pero gracias por preguntar. Quizás en un futuro pasado te ensarto el ojo con la luna, pero no quiero que me malinterpretes, esto es sólo un recordatorio para mí.
Mi almohada me cuenta secretos de la luna. Un conejo y una cara, ¿Tu qué cosa ves?
Yo los silencios.
Saben a limón.
Pero cuidado porque te empachas.
La misma almohada me quita las palabras.
Preludio, puente, respiración, llave, ventana y puerta.
Son algunas de las que guardo entre páginas, junto con la receta de lentejas que Julio me regaló.
Aquel día me dijo:
– Pica todos los ingredientes y después te subes a la línea 3 del subterráneo.
Yo seguí las instrucciones al pie de la letra, la cosa es que perdí medio gato en el camino y me llené las manos de lodo.
Sazón particular.
El error es pensarlo. Últimamente pruebo también con mi cabeza. Quiero decir que la pico y la mezclo con la cebolla y el ajo, a fuego bajo. Desafortunadamente, no funcionó; Hubo un descarrilamiento.
Para eso vine, para no pensar, para desempacharme, pero a veces hay sequía; y entonces tengo que aullar.
Recién ahora comprendo que con unas cuantas gotas de limón basta para que las lentejas me regresen las palabras que la almohada se lleva.
El siguiente metro sale en 3 minutos, ¿vienes?
Fotografía por Cleo Thomasson