La esencia de una relación parece ser inmutable. Han calado tan hondo tus conflictos y los de los otros que se vuelve casi que inseparable lo que son ustedes como individuos y lo que son sus conflictos como accesorios en sus vidas. Sentarse a repensarse las relaciones con una taza de té caliente que provoca en algún momento derramarte encima para salir de esa espiral de pensamientos que comienzan a ahogarte. ¿Soy yo? ¿Eres tú? ¿Son ustedes? ¿Somos nosotros?
Siempre llega algo que interrumpe a tiempo, antes de que tu mente se pierda para siempre en los laberintos que te vas creando día a día. Un espectro, un ente virtual que aparece para preguntarte cómo estás. ¿Cómo estoy? acaso es que realmente estoy o me perdí un poco más al ir tan adentro… Responder como puedo, que quiera seguir indagando… ¿Qué le digo? ¿Quién es y por qué considero desahogar lo que queda de mí con ese ser?
Me vuelvo blanda, cualquiera puede entrar en mi coraza sin mucho esfuerzo. Tal vez pronto me vuelva tan vaporosa que ya nunca más nadie me encuentre. Termino por contar todo lo que tengo anudado en mi garganta. Me hace falta sentir que alguien escucha lo que no quiero decir, no le encuentro otra explicación. Me da un consejo que me hubiese dado a mí misma un tiempo atrás… ¿Quién soy? Me conozco tan poco como le conozco.
Encuentro espejos por donde miro, no quiero seguir viendo en este momento, pero ya no puedo simplemente cerrar los ojos y caminar a oscuras. Tomo un respiro, asimilo sus palabras, las hago mías. Le sumo a su discurso el siempre útil: “La vida es solo un juego, no te lo tomes tan seriamente”. La sensación de que las cosas no marchan como debería, aún no desaparece, pero se hace llevadera.
Fotografía por Martin Canova