No recuerdo el día exacto en que te conocí, ni tampoco recuerdo cómo ibas vestido. Olvidé cuando nos presentaron pero tu nombre jamás salió de mi mente.
Todos dicen ser buenos con los rostros pero no con los nombres, supongo que soy una más de las que piensa igual.
Recordarte fue sencillo, te encontraba en fiestas y en mis bares favoritos. Siempre acompañado de tus amigos, sus amigos. Aún hay algunos de los que no recuerdo su nombre, ¿debería?
En algún momento te ausentaste. Ya no salías con ellos, ya no te encontraba en fiestas ni en mis bares favoritos. Te mudaste y yo ni siquiera lo sabía. No le di importancia porque a decir verdad, en ese momento no importabas.
Veía tus fotos y las comentaba. Nunca fuimos cercanos pero me inspirabas confianza. Platicamos y lo olvidamos. Conversaciones banales como las que tienes con alguien que no quiere hablar, conversaciones que terminan en la tercer pregunta.
Siempre me he considerado afortunada de conocer a personas de buen corazón y tú no fuiste la excepción. Me volviste a buscar, estabas en la ciudad.
Salimos y platicamos, lo que no habíamos hecho en mas de cuatro años de conocernos. Años en los cuales la vida nos trató bastante bien, ojalá pudiéramos decir lo mismo de nuestros amigos.
El tiempo pasa rápido cuando uno la pasa bien. Me ofreciste llevarme a casa y acepté. A decir verdad siempre acepto. En algún momento tengo que corregir eso.
¿Te contaron que adoro los paseos nocturnos? Sentir la fría noche en el rostro no tiene comparación alguna. Alcé la vista en mi parte favorita de la ciudad. Miré más alto que la punta de los árboles. Incluso más alto que los rascacielos. No sentí frío. No sentí miedo.
Llegamos a casa. Había todo por esa noche y estaba ansiosa de saber si habría otra. Te despediste con una sonrisa. Después de eso no escribiste ni llamaste. Está bien, no suelo ser la clase de persona que se deprime por esas estupideces.
Probablemente alguna vez en tu vida has sentido el balance entre un corazón apachurrado y una inmensa alegría. Así me pasó. Me faltó el aire por algunos días hasta que me volviste a escribir. Yo no tomé la iniciativa para no hostigarte (pretexto idiota núm. 37). Esta vez la plática duró más de tres preguntas.
Eran tus últimos días en la ciudad y decidiste pasar uno conmigo. Eso me puso muy nerviosa. Cuando salgo con amigos esa palabra no existe. Llegué al lugar y comenzó la cuenta regresiva. Hay días en los que no sé si necesito un abrazo o 3 chelas. Ese día necesitaba más.
Hablamos de cosas estúpidas que habíamos hecho de jóvenes (como si a esa edad se nos hubiera ido la juventud). Reí mucho y no dejaba de ir al baño, estúpida vejiga la que me cargo. Al terminar volviste a dejarme en mi casa. Esta vez el viaje fue más frío, más largo y más amargo.
Prometimos estar en contacto, eso hacen los amigos. Tus días en la ciudad habían terminado y no había fecha de regreso. También necesito un viaje sin regreso. Pero soy una cobarde.
Algún día alcanzaré tus caballos y ese viaje ya no será frío ni amargo.
Fotografía por Jocelyn Catterson
Hago lo que me gusta porque algún día todos nos vamos a morir.