Yo no quería enamorarme. Estaba viviendo un momento de mi vida, que según yo, definiría lo que sería de mí en el futuro. Así que pretendía enfocarme en cuestiones personales únicamente, y no en relaciones, pues de eso ya había tenido mucho.
Planeaba concentrar toda mi atención en mejorar mi interior, en conocer nuevos lugares, seguir disfrutando de la fiesta y los desvelos.
Pero en el trascurso de mi huida de las relaciones amorosas, conocí a un chico que cambió mi forma de ver la vida e incluso de expresar mis sentimientos. Transformó el camino que yo había diseñado en los últimos meses.
Él llegó, escuché sus historias, descubrí su pasado. Cruzamos algunas miradas. Y me cuestiones miles de cosas que con ninguna otra persona me había cuestionado. Tan cerca y tan distantes, no parecía que pudiésemos llegar a tener algo serio. Sin embargo, sus abrazos me llenaban de todo lo que necesitaba en ese momento. Me enamoró de una manera que no puedo explicar, simplemente cuando estamos de frente podemos ser la mejor parte de nosotros y hasta la peor.
En fin, el punto aquí es que detuve mis pasos hacia mi interior por conocer a alguien. Y así es como la vida te dice que necesitas equivocarte, reír, sentirte desesperado, pero al final, al final encuentras a alguien que te aguanta con todo y tus malos rato, con todo y lo equivocada que aveces estás, con todo y los malos ratos que hace pasar a esos que quieres. Ir de fiesta, emborracharnos, hacer el amor, llorar juntos, pelearnos hasta casi llegar al punto de querer estar separados. Pero siempre volviendo a reencontramos, porque a pesar de todo, decimos que hemos encontrado a la persona con quien queremos estar el resto de nuestra vida.
A veces se trata de aguantar, a veces habrás situaciones donde queramos mandar todo al carajo. Como aquella noche cuando discutimos, teníamos tantos sentimientos encontrados que terminamos la llamada sin decirnos cuanto nos amábamos, aunque ambos sabíamos que era lo que nos faltaba decir antes de dormir.
Fotografía: Terry Magson