Ya no hay más vueltas en la cama,

la sonrisa se volvió el columpio donde se distraen los problemas,

se disuelven, se entretienen entre ríos de suculentos deseos,

entre lo que se imagina, lo que se diluye y lo que se mantiene.

Son tibios instantes de melancolía pura y grises tropiezos

de apuestas y albaceas de paja.

Sigue la sombra detrás, andando por ahí sin quehacer ni razón,

el destino se instruye, construye la magia de la cual no escapará,

porque se ha vuelto ciego, se ha quedado sin rumbo ni brújula,

solo sigue el sonido de los latidos

que le expresan que todo está mal o no todo está,

como debería, entre la maleza creciendo,

la flor de lo incierto y la maravilla de la marabunta de pensamientos irracionales que se distinguen por no ser serios,

deambular por las noches entre muecas de excitación y expresiones de dolor.

Ya no se insiste en una herida que dejó de existir cuando se olvidó,

pero si en aquella que dejó la culpa de la amargura que se vive todos los días.

¿Qué sería del viento si no se filtra?

¿Quiénes seríamos nosotros si no explotamos aquello por lo que nos avergonzamos?

Caeríamos una y otra vez en ese error que nos ha vuelto no humanos, olvidándolos en el cuerpo desterrado en el que nos escondemos para no ser nosotros mismos.

Para recordarnos de nuevo que somos aquellos que nunca fuimos, por ser lo que nunca seremos y olvidar lo que quizá quisiéramos ser pero nunca nos atrevimos a mantener.

Fotografía por Fernando Sarano