Creo que este escrito ya no se trata sobre ti, ahora escribo sobre las dolorosas (pero necesarias) enseñanzas que me dejó tu partir, escribo desde mí y para mí, para poder entender y aceptar todo lo que siento y pienso desde que tu existencia se volvió una sombra borrosa en mi mente.
No he vuelto a amar como amaba entonces.
Y es que ahora me cuesta recordar aquel dolor que me hizo mantenerme lejos de ti tantos meses después de tu adiós, para no pensarte desde el cariño y la ternura, aquel dolor… esa sensación el pecho que, en mi mente de manera simbólica, visualizaba como un sujetar de cuerdas que por negarme a soltarlas, terminaban haciéndome mucho daño por el constante rozar; lo que si recuerdo es cómo ese dolor llegó poco a poco, herida por herida, un pequeño raspón aquí, un pequeño -pero severo- roce por acá… así se sintieron las últimas cuarenta noches cerca de ti. Pero ahora cada día que pasa desvanece lo poco que quedó de ese dolor y yo solo puedo pensar en aquella vez acostados en tu cama mirando al techo mientras me dedicabas esa canción tan precisa a nuestra historia que parecía escrita por ti, incluso ahora podría afirmar que escucharla ya no pesa en lo absoluto.
Recuerdo haber estado tan enamorada, tan inmersa en ti, que presiento que en cualquier realidad y en cualquier plano en el que podamos ser y existir, volvería a quererte con todas mis fuerzas. Así como si en la próxima vida Dios dictara que a mí me corresponde ser brisa y a ti mar, despertaría justo al amanecer con el más sólido viento, dejaría de ser suave aire y ondearía con todas mis fuerzas para que nunca te falte quien te apoye a crear las más inmensas y bellas olas. Porque yo soy así… bueno, en realidad no, porque yo soy así contigo nada más.
Ahora solo espero pacientemente y deseo con todas mis fuerzas que llegue la fecha en que vuelva a amar así, diferente pero así, tú me entiendes cómo, ¿no? Mientras tanto solo soy rehén de mis pensamientos y de los “quizás” o “si tan solo hubiera”, rehén de un molde curvo y sin salida, dando vueltas y vueltas, esperando diariamente cualquier ocasión que me haga salir de mí.
Al final este escrito sí se trató (un poco) sobre ti.
Empecé a escribir a los 16 años, solo que antes era un secreto. Ahora tengo 22 años y continúo sintiendo a través de la escritura.
Que se sepa que todo lo que plasmo viene de lo vivido, internalizado, encarnado y sufrido. Partes de mi siguen vivas gracias a mis textos y poemas.
Residiendo en la CDMX.