Todavía están buenas

María, María. Había orinado en la mañana mojando una tirita de prueba de embarazo y había llorado todo. Salió empujando la carriola con su bebe de dos años por las calles vacías del barrio burgués dónde vivía. Subió lentamente la cuesta y los árboles solos rechinaban sus hojas. María avanzaba viendo las esferas extraviadas de los ojos de su nene. Y pensaba, “qué hueva, encima otro”. Sacó su cel de la bolsa Prada que iba en el carrito sobre la panza de Lorenzo y siguió empujando el portabebés con la mano izquierda. Con la derecha picó el contacto de Rodrigo. Se puso el cel en el pabellón de la oreja y espero que el man contestara. Cuando contestó, le dijo: “quiero tu verga”. Rodrigo, le respondió: “Nel, nunca más, estoy harto de todo, pídesela a tu marido”. María siguió avanzando, desvencijada. Soltó la carriola para agarrarse la tetas pensando, “todavía están buenas”, el carrito con Lorenzo adentro, tomó vuelo en la curva que bajaba. Desde el peñasco de esa curva, un yunque, carriola y niño, se destrozaron poco a poco con los golpes firmes de la caída. Los fierritos del coche se quebraban mientras la fina piel del niño se raspaba y los huesos se trozaban. Al fondo no había nada. Una estúpida mamacita que se agarraba la tetas, un teléfono que caía al piso y la muerte inocente de un chamaco.