Te soñé dos veces

Domingo, 8 am., parcialmente nublado, con un 20% de probabilidad de lluvias durante la tarde y vientos provenientes del noreste con una velocidad de 10 a 15 Km/h. Por la ventana, entra un suave viento que refresca la cálida mañana. La ciudad comienza con sus ruidos habituales: automóviles, perros, etc. Mi cuerpo no reacciona, estoy estático, inmóvil. Me visualizo en tercera persona: boca abajo, brazos abiertos, tumbado sobre la cama, los colchones desfasados, las sabanas enredadas y a punto de caer al suelo. Mi mente sigue pegada a otro planeta. Mis ojos luchan, pero los parpados no se abren… Después de un momento me calmo. Percibo una presencia a mi lado, un aroma dulzón. La cama se hunde, mi cuerpo lo sabe, estas aquí. Tu voz me habla, me habla muy de cerca. Boca arriba, te veo, platicamos; no sé de qué, pero me parece perfectamente coherente. Mientras tanto, tu cabeza se mueve y tu cabello se agita, tus ojos enormes voltean analizándolo todo. De pronto mis ojos se abren, despierto.

Silencio en toda la habitación.

Estoy boca abajo, la cama es un desorden, por la ventana entra la luz matutina y sistemáticamente cierro los ojos. Todo está en silencio. Escucho tu voz a lo lejos, los vuelvo a abrir. La vuelvo a escuchar, dices mi nombre. Sin pensar me muevo, me paro sobre la cama: estoy volteando a ver la ventana esperando que por una tercera vez digas mi nombre. Como si fuera el detonante para actuar. Tu voz me llama de nuevo. Intento moverme pero no puedo, mi cuerpo está paralizado. En mi imaginación la cama es el causante de semejante parálisis, y no me puedo tranquilizar. Lucho por salir. Una vez más, como un segundo despertar, mis ojos vuelven a abrirse, despierto. Todo el acontecimiento me es totalmente sorpresivo, y por un instante, la idea de no estar despierto me desconcierta. Me levanto, salgo a la calle, te busco por los rincones, no estás.

9:30 am.: Preparo café. Sirvo una taza. Si, te soñé dos veces.

Fotografía: Violette Nell