El campo parecía tan abrumador que decidimos no salir, nuestras múltiples sombras asediaban el discurso de antaño, no nos queríamos perdonar todo aquello que nos desgarró, sin embargo, dejábamos a un lado los disturbios del corazón que deambulaban de vez en cuando.

A temprana hora de la mañana nuestros corazones despertaron emocionados por imaginar el día en el que palpitarán aún más. Sabemos que sólo ese es el momento perfecto para condicionar todo lo que les pase al frente, o bien, insistirán en el pasado como si fuera una ancla de la que no pueden desprenderse, por querer formar parte de una absurda resonancia entre cuerpos y voluminosos espectros.

La rabia comenzó así, con la falta de energía entre roces y falsas alegrías, los destellos de luz se transformaban en un abismo sin fondo, sin tiempo ni coherencia, dejando enterrados al fondo de los mares la palabra oculta y el desorden de no articular lenguaje alguno para compartir mensajes o entusiasmarse con la simpatía de quien gusta por sus tonos más amables.

Somnolientos, así nos preparábamos para la última lucha, nunca despertamos, no quisimos alejarnos de ese sucio espacio del que parece que no escaparemos por nuestra cuenta propia; nos necesitamos, tomados de la mano, libres y tan amados como cuando volamos juntos en ese espacio del Sol donde podemos acurrucarnos y dormir la siesta de la que despertaremos llenos de conciencia y amnistía.

Si tuviéramos que elegir de nuevo, sé que nos encontraríamos para abrazarnos en la eternidad, y tocarnos con las palabras que elegimos llenas de pasión, erotismo y sincretismo.

Estamos aquí, somnolientos y soñando debajo de un techo blanco, sin querer salir al campo, ni asomarnos a ver el Sol, abrazados debajo de las cobijas que tapan la osadía de una aventura de ocurrencias y manías.

La distancia generó un lazo estrecho del que no queremos escapar, sin hambre de bruma, la oscuridad volvió mucho más presente aquel punto exacto en el que se siente uno perdido y del cual quiere escapar para no volver a solventar las palabras con las que hirió aquel cuerpo roto, sin insistencia ni cobardía.

Todo aquello que parecía negativo se transformó en un sueño que estando vivos y presentes se anunció como la magia de la pureza sin culpa ni muerte, sin concentrar el camino oculto por el éxito y lo que representativamente hemos auspiciado como control y correcto.

Seguimos aquí, debajo del techo, en forma de resistencia a las restricciones que el neoliberalismo ha hecho con nuestro cuerpo al nacer.
No nos iremos, tendrá que pasar un buen rato y seguiremos aquí, somnolientos y llenos de vaho.

Fotografía: Liszt Chang