El cadáver enloquece,
    el rugido de la ciudad lo ciega a través de sus gafas.
Larvas llenan sus ideas;
las cavidades donde guardaba sus órganos,
    su saxofón, su bajo,
se inundan con tierra blanda,
    negra,
    infértil.

En un baño cerca,
    o lejos,
canta una bañera hasta el borde con dorados;
canta entre los mosaicos del piso,
entre los mosaicos verdes del piso.
Y se llena de dorados,
y se vacía de agua,
y el agua se convierte en pez,
y del pez nace una idea enterregada, infértil, prematura.

El cadáver se enriquece
con el llorar del agua de cielo,
se entristece con la sonrisa del sol en sus huesos;
    revive con el frío del aire en su piel.