Todos piensan que las cuestiones del amor son cuestiones de poder, me explico:
“No lo busques, ten dignidad.”, “¿Cómo extrañas algo que te lastimó?”, “No vale la pena, olvídalo.”
Y sí. Uno va por la vida pensando que, es lo mejor. Lo mejor es avanzar y crecer personalmente de “la nada”. La realidad es que, el proceso de sanar un desamor, se cree que es algo universal, es decir, algo que va continuo y es de instrucciones.
La otra realidad es que ese proceso, se vuelve singular cuando pensamos:
“¿Y si lo llamo?”, “Lo extraño y quiero saber cómo es que está.”, “Quiero escribirle.” “Quiero que sepa que me encuentro muy triste.”
Nos educan con la idea de luchar contra eso que sentimos. Pero a veces luchar contra eso se vuelve algo insostenible. Ese dolor que atraviesa el vacío, pasa al cuerpo. Y se piensa en ser, no solo una molestia para los demás, sino para uno mismo también.
Parte del proceso es no ser hostil con la herida. Lo que menos se debería de hacer es pensar que esa será curada de “la nada”. Avanzar implica también retroceder y recoger eso que se rompió, y averiguar y agotar toda posibilidad.
Así, poco a poco la idea de “esto no tiene reparo” se acercará dócil hacía nosotros. Al intentar tocar con eso que deseamos, aunque no vuelva más.
Yo, por ejemplo, de repente pienso en mí dedo, que me duele de una manera extraña. Un dolor que aplasta la articulación… que me duele al flexionar…al intentar…Y luego pienso: me duela la idea de articular un hecho: te has ido, y el otro: de mi vida.
Pero mi dedo dejó de dolerme el día que te dije: “te extraño”, solo eso. Sin esperar, pero imaginando todos los posibles escenarios. Calmando aún más mi dolor. Y aunque hubo una respuesta, el hecho de no estar más, de tu ausencia, es aún más claro.
Fotografía por Cleo Thomasson