Entre tinieblas y malos ratos, estaba yo, hundida en días enfermos y vacíos. Con esa presión en mi hombro. Como si tener cierta edad hiciera la diferencia de que mi vida estaba por cambiar.

Recuerdo muy bien como era su cabello, rizado y le gustaba usar bigote que no iba con su personalidad, no vestía extravagante, siempre desapercibido ante la sociedad. Muerto por fuera, pero en realidad irradiaba vida por dentro. Yo era el color a un lado, para cuando él ya estaba marchito.

Él era Señor Terror.

Era primavera eterna del siglo XXI cuando nos conocimos. Dos personas de distintos lugares pero que por corto tiempo les latía el corazón en la misma sintonía. La boca se llenaba de palabras exquisitas, y buenos ratos en la misma cama.

Pasamos hablando acerca de la monotonía del mundo externo como de las personas que pensaban en el suicidio, de música, de buenos cumplidos, pero ahí terminó. Ambos no soportamos la idea de estar separados y en realidad nunca pareció problema, o al menos no por mucho.

Pero era una persona que me hacía sonreír en la miseria, el mismo sentía misericordia por mí. Realmente era único en su especie.

Éramos “freaks”.

El cuerpo me sudaba, el corazón se me salía y la cabeza me explotaba. Pues consolidamos el amor secreto que habíamos formado a lo largo de esta historia.

Me gustaba cuando usaba una gorra oscura y una playera de “Misfits”. El cuerpo le temblaba como si fuera a morir, y yo, solo me quede mirándolo. Estábamos asustados que entre tantas personas observándonos al mismo tiempo no existía ninguna; ese día nos besamos hasta que nuestros labios quedaron hinchados.

Era músico, y me mostró todas las guitarras que estaban en su habitación, un par de negras, un bajo y algunas acústicas. Me hablo de cada detalle, de porque tenía los cables enredados en el piso, de porque le gustaba coleccionar cosas de “Star Wars” y del porque le gustaba estar conmigo. No hubo día en que los sonidos no nos hicieran rebotar. El señor terror me gustaba tanto, que le hable de mi álbum favorito de Slowdive y ese mismo día se volvió nuestro favorito.

Tocamos timbres de madrugada y corrimos hacia las calles solitarias. También bailamos hasta el amanecer y cuando enfermaba nunca le faltó un jugo de manzana.

Desafortunadamente los días tienen que llegar a su fin, y el de nosotros llegó con chistes malos tuvimos que decir adiós a esos meses llenos de tanto y vacíos de mucho. Teníamos solo veintisiempre y fui feliz.

ÉL era Señor Terror, una persona libre e increíble.

Fotografía por Richard P J Lambert