En la escalera de mi casa hay una catarata. Vienes hasta mí como una balsa amarilla. John Coltrane en blanco y negro nos toca “In a Sentimental Mood”. En un balcón frente a la plaza del Museo Reina Sofía, unos negritos juegan fútbol. Acuérdate de Acapulco, pero acuérdate.

Desde otro sueño: ¿te conozco? Que la katana corte la mesa, eso sucede aquí, no en otro lado. ¡Ay ay ay ay ay!

(Hay un tal Bataille, una autoridad, que dice: “El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”. ¡WTF!)

No hay un planeta de los simios, sólo nosotros dos, dos niños fresas.

Hubo momentos de vals, el tango y el danzón nunca llegaron, son muy complicados. Lo nuestro esa noche fue la samba.

Nos regalamos dos llaveros, uno de Mickey Mouse, otro de Minnie Mouse. Estábamos en Nortre Dame y pusimos un candado en un puente que nos unió por siempre. Ese candado lleva el reflejo del oleaje de las aguas del Sena. Su andar grave y en calma, su vaga desolación.

Un auto luminoso, íbamos en un auto luminoso, como el de Tron y sonaba Simon & Garfunkel. Pero una roca jamás es una isla y lo sabíamos. Me volviste a besar y todo estaba bien.

Me di cuenta que no habíamos leído y saqué al azar un libro del librero. Era Onetti: “Esperanza y olvido”. Che, te quiero vagabunda. Tienes todo el dinero. Hueles a espuma de jabón. Cantabas: “It’s a new day, it’s a new life, and I feel good!