Nunca escribo sobre fotografía, la simple idea de hacerlo me provoca insatisfacción. No soy una experta y jamás lo seré, todo evoluciona tan rápido que me he quedado atrapada en los años 90’s, mis fotografías instantáneas son la única manera de sobrevivir.
Cuando comencé a vender mi arte, me encontraba un poco aislada del mundo laboral. ¡Y es que todo el mundo se autodenomina experto! Yo tan solo era una pequeña luciérnaga intentando prender. El parque central de una pequeña y lluviosa ciudad, fue mi escenario.
Había montado al menos una docena de cuadros, así los llamaba, siempre he creído que son pequeñas pinturas. Tres retratos, unos cuantos paisajes y el collage de mi madre, entre tantas, una fotografía mía con un salmón. Era de mi pasado viaje a Canadá.
En mi primer día, no vendí ni un centavo, me bastó con caminar de vuelta a mi estudio y comprar tan solo un par de manzanas en el súper de la esquina, había unos cuantos rábanos que me recordaron aún más mi fracaso. ¿Han notado que las personas se quejan mucho de su sabor? No es para todos y ese día no lo era para mí, como tampoco lo era mi arte para la cotidianidad.
Al segundo día, algo extraño surgió cuando recién me acomodaba en la acera frente a la estatua de nuestro ex-presidente. Se acercó ante mí un hombre con un traje de diseñador ¿Cómo lo sé? Bueno, no es difícil reconocer un traje de Louis Vuitton cuando el logo se encuentra hasta en la entre pierna. Y a pesar de ello, era una persona un tanto peculiar, me platicó sobre su vida… un poco de su divorcio, un poco de sus hijos, algo de su trabajo y remató con lo que más esperaba. Una compra.
Buscaba algo especial, algo que pudiera recordar toda su vida, un momento que encuadrara su pesar y su nuevo proceder. Y ahí me encontraba yo, atrapada con un salmón el un viejo lago, entre el bosque, posando con el viejo overol de mi esposo.
“Lo llevo”, quedé sin palabras. Muchísimo mas cuando escuché la propuesta, cubría absolutamente mi renta y la parte inicial del nuevo proyecto. Vendido.
Tan solo me imaginaba frente a la chimenea de un estudio gigante, entre libros de economía, ópera clásica y trofeos de golf. Cuan campeona me había vuelto. ¿Ese era mi motivador de vida? ¿Había llegado a las expectativas del viejo ricachón? Valgan las religiones pero me sentía más espiritual que cualquier apóstol o budista.
Entre tantas cosas, eso jamás me convirtió en experta en fotografía, solo era una chica que vendía un cuadro de otra chica con un salmón. La mayoría de sucesos irónicos así comienzan, tan irrelevantes como el mero significado de las cosas, sin sabor, sin energía… pero, con un poco de encanto.
Y es por ello que no escribo de fotografía, porque tan solo soy una chica con un salmón.
Fotografía por Fernando Sarano
Soy comunicologa, fotógrafa, escritora empedernida que se esconde en un pequeño pueblo de Veracruz sin acceso a internet.
La mayoría de mis fotografías son retratos y ensayos que salen de mi cabeza de vez en cuando. Prácticamente desempleada que desea vivir de su arte, pero que también comprende la realidad de contar con alimento y ser victima del capitalismo/consumismo.