-¿Sabes a dónde perteneces?
Me preguntó el otro día mi psicóloga en terapia.
Lo dude bastante antes de decir algo… traté de articular las palabras:
-No estoy segura, por mucho tiempo pensé que pertenecía a alguien más, que mi lugar estaba con otra persona, es decir, que en el momento que encontrara a mi alma gemela se convertiría en mi familia y por lo tanto en el lugar al que pertenezco. Ahora cuando lo pienso, me doy cuenta que sigo sin entender cómo responder esa pregunta porque el concepto me parece abstracto y no puedo responder con algo tangible, como decir que pertenezco al mar o a una cabaña en el bosque… no sé a dónde pertenezco.
-Entiendo, tienes razón no es algo tangible pero, digamos que sí lo fuera, cuando cierras los ojos y te preguntas a dónde perteneces, ¿qué ves?
-Una casa.
-¿Cómo es la casa?
-Está muy iluminada y está Naila, y hay muchas plantas.
-¿Qué estás haciendo tú en la casa?
-Camino descalza sobre una alfombra.
-Muy bien, ¿de qué color son las paredes?
-Blancas y hay algunos detalles pastel. Lo siento, todo es muy bohemio.
Me reí.
-Está bien. Ya sea una cabaña en el bosque o un departamento en la ciudad, lo que quiero que entiendas es que perteneces al lugar donde eliges y quieres estar. Lo demás es un complemento. Tú quieres vivir en un lugar donde la alfombra la hayas tejido con tus propias manos, porque eso es lo que eliges. -Me reí, otra vez.- No significa que perteneces a ese espacio físico, sino a ti misma queriendo estar ahí. Puedes mudarte, ir a vivir con alguien, no importa porque siempre pertenecerás a ti misma.
A veces pienso que el primer lugar al que deberíamos pertenecer para ser personas ‘funcionales’ es a nuestra familia nuclear, es decir, pertenecer a un lugar que pueda proporcionarnos las herramientas para crear dentro de nosotros esa especie de seguridad que cuando somos adultos siempre necesitamos, incluso cuando mamá y papá ya no están ahí. Jamás pertenecí a mi familia nuclear, ni a mamá ni a papá. Yo pertenecía con mi abuelo, así que cuando tenía 6 años y él murió dejé de saber a dónde pertenecía. Creo que por eso busqué dar sentido de pertenencia a mi vida a través de alguna especie de magia, después cuando era adolescente decidí que pertenecía con alguien más, y ahora, puedo ver que pertenecer no tiene nada que ver con eso.
Lo que más me gusta de ir a terapia con Carmen es que pasé muchos años pensando y sintiendo cosas que aún me cuesta decir en voz alta a otra persona, y sin embargo cuando se las digo a ella siempre parece entender, y no sólo eso, siempre tiene algo certero que responder.
Fotografía por Cleo Thomasson
Escribir bien lo mediocre.