Mi abuela
que no era
exactamente mi abuela,
murió.
Pero su amor permanecerá infinito
en los corazones que tocó.
Quizás por eso
este duelo
tenga un sabor distinto.
Esta vez lo atravieso
sabiendo
que así es esto.
Que todo pasa,
que nadie es para siempre,
que es válido sentirse rota
y absolutamente fuera
de una misma.
Que es válido
sumergirse
en cierta indiferencia
que oprime
y conduce a cuestionarse
sobre la existencia
propia y ajena.
¿Qué sentido tiene?
Tantos viajes y planes
Tanta rutina
Tanto trabajo
Tanto caminar
hacia ningún lado.
¿Qué sentido tiene?
Pero ya no me resisto
ni me arrastro
desde la desesperanza,
que agobia con una idea falsa
proclamando
“preferiría morir”.
Ya no.
En realidad
amo estar viva.
Amo los detalles efímeros
que enaltecen
nuestro paso
por la Tierra.
Sin embargo,
continuo paseando
sin un objetivo claro,
sin una motivación precisa.
O más bien, en ocasiones,
sin motivación.
¿Cómo es que todo esto
puede converger?
El no-propósito
los ligeros aires opacos,
el no-significado
y los no-sueños.
¿Con el amor por la vida?
El amor,
por la mirada de mi gente
por la brisa de un viento frío
y por el mar, refugio lírico
El amor por el cielo
que abraza
con sus colores
relámpago.
Por la música
que me salva siempre,
por el sabor de un helado
y los recuerdos fugaces
de las veredas transitadas.
Por las tormentas
que no se olvidan
y los momentos
que danzan en el fuego
de todas las yo-s
que he sido,
que seré
y que habito.
¿Cómo es que todo esto
puede converger?
Quizás
precisamente esto,
sea el caos que conlleva
entregarse a la vida.
Resulta que el infierno
al que tanto temía
reside dentro
de lo que soy.
Pero ya no hay miedo,
porque eso
invariablemente significa
que el cielo también
vive adentro.
Y que hay una luz
de una vela inextinguible,
que contiene todas las respuestas
aunque esta vida
no me alcance
para entenderlas.
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