El silencio de la noche reside en el calor de tu cuerpo; traspasas telas y difuminas límites.
Que se destruya mi humanidad en el contacto con la tuya.
Tu cuerpo late, cada extremidad es víctima de tus pulsaciones, el movimiento involuntario que me indica el paso del tiempo.
Eres venas transitadas de palabras: todas esas que no saben hablar y prefieren salir corriendo entre risas: eres tú ahogado en tu propia sensibilidad.
Que se borren todas las letras y aprendamos todos a hablar con las manos: bésame los lunares.
La ciudad entera cabe en tu exhalación, se alberga en el pequeño viaje que se hace desde tus narinas hasta mi boca; se recorren todas las calles de la noche a medio dormir hasta llegar a mis labios partidos por el sol del día.
Ahí estás tú: donde lo único que ha rozado mi cuerpo es el calor, te escondes en cada recoveco, en las montañas de mis manos y los cráteres de mis piernas.
Que se caigan las estrellas y las cachamos con la lengua, cerrando los ojos y tanteando nuestro amor.
La oscuridad se encarga de arropar nuestras conversaciones; esas que se van más rápido para llegar antes a las memorias: pertenecen a lo que sé de ti y de nosotros.
Aquello que nos rebasa; lo que nos recuerda nuestra insignificancia y nos invita a vivirla: eres tú, son tus caricias, el dormir a tu lado, despertar en tu mirada, callar en tus brazos, el compartir segundos que sabemos nunca van a volver.
Fotografía: LiON LAi