Querer como gato

En la calle en la que vivo hay un gato que siempre se me queda viendo.

Salgo a trotar por las mañanas y en la curva antes de mi casa el gato me observa. Es gris, de  pelo corto y ojos verdes e intensos. Nunca me han gustado los gatos porque cuando era chica me mordían, pero hace poco me dijeron que yo quiero como un gato. Desde entonces creo haber adquirido un nuevo interés por ellos.

Me siento en la banqueta fría, sintiendo la sangre en mis cachetes y el pulso en mis oídos. Pauso la música que sale de mis audífonos y pienso en esas palabras mientras un pájaro canta cerca de mí.

No eres difícil de querer, es difícil quererte porque no te dejas. Eres como un gato,
escurridizo, independiente y frío.

—¿Tú crees que nos parecemos? —le digo al gato elegante que me mira fijamente. Su pelo
brilla azuloso en el sol que me saca pecas. Se me queda viendo, impávido, chupándose una pata con la clase de un creído lord inglés.

No es algo que confieso fácilmente, pero siempre me he sentido difícil de querer. Cuando veo
ojos de perro devoto en alguien más me entran ganas de correr al otro lado. A veces es solitario, pero luchar contra el instinto me resulta más complicado. ¿Será mi culpa? ¿Por qué no me dejo conocer?

El gato gris me ve con desinterés. Entorno los ojos, esperando que me hable de regreso o que
mínimo me conteste con una risa socarrona. Sin respuesta, lo sigo cuestionando.

—¿Tú también te sientes difícil de querer? ¿Te importa?

Sus ojos me dan a entender que la respuesta a mi pregunta es que les da igual a él y a los de
su especie. Pero luego pienso que yo también aparento ser indiferente.

Este gato es tan bonito que pienso que me gustaría cuidarlo, tenerlo en mi casa. Pero es que
los gatos no se pueden tener; la posesión no les sienta en absoluto. Ellos deciden cómo y cuándo comparten, qué y a quién quieren. Me queda duda si hay algo que en verdad amen.

Lo considero de nuevo. Tal vez sí quiero como un gato. Siempre huyo de las garras de la
posesión humana como la peste, quiero a lo lejos y a mi manera. ¿Es mi culpa, ser así? ¿Es malo, querer como gato?

Suspiro como de costumbre, llenando mis pulmones de aire frío porque lo necesitan y exhalando con tanta fuerza que se escucha. Me duelen las piernas, pero me paro y me dirijo a la puerta de mi casa. Normalmente el gato huye y se sube a la jacaranda más cercana, pero hoy paso al lado de él y no se mueve. Es una esfinge preciosa. Estiro la mano con cuidado, tentada a acariciarlo y a quedarme con unos de esos pelos finos entre los dedos en el proceso.

Es difícil quererte porque no te dejas, pienso.

En cuanto mi palma roza el pelo suave, el gato salta lejos de mí.