Hoy vine a hablar de mi miserabilidad.

Hay cierta sensación de confort en esta miserabilidad en la que vivo. Me permito llorar, me permito caer, me permito sentir el dolor, me permite no hacer nada si no me place, me permite bajar sin ganas de subir. Y sí, me siento… «Bien». Acá en este lugar del que escribo. No hay presión, solamente estas ganas de bajar más, un poco más, cada vez más. Y no, creo que ya no siento nada.

No más mensajes, no más expectativas, no más llamadas, no más corazones de noche ni mensajes de buenos días.

Bienvenida la miserabilidad, bienvenida a mi yo del pasado. Bueno, a una parte de mi yo del pasado. Esa que hacía las cosas solas, esa que no hablaba con nadie porque le daba flojera expresarse, ese yo del pasado que camina largos tramos con el audífono en la oreja y pensando en absolutamente nada, bienvenidos a esos planes de uno, bienvenida a sentirse miserable, sola, en esta habitación, bienvenido a mi anonimato una vez más, acá voy.

¿Bienvenidos? Es aquí donde el sentimiento de miserabilidad me invade otra vez porque no me siento bienvenida a esta nueva realidad. Esta realidad donde me acompaña la incertidumbre, donde me cuestiono cómo llegamos a esto, qué hice mal, qué pasaría sí…

Que pasaría si.