Cuando hablamos de Pensamiento Complejo, ya estaba emocionada por nuestra siguiente charla sobre Física Cuántica.
No sabía cómo cambiarían nuestras vidas al momento de arribar a este nuevo lugar. La precisión para reubicarnos me asombró, después de la sequía encontraron una fuente.
El césped resplandecía, de manera particular, justo a las 8:37 de la mañana en ese lado del valle. Nadie se había atrevido a cruzar la turbulencia de los brazos del río que desembocaba en diferentes puntos en algún lejano mar. Pero lo sabían, sabían que teníamos que estar en ese lugar. Aunque solo pudiéramos admirar por unas horas los diamantes en el pasto, ver crecer los árboles y flores, y escuchar el baile intrépido del agua.
Eso era del otro lado, aquí en este nuevo hogar, había mucha bruma, sequía y silencio, a excepción de la turbulencia del río, todo enmudecía desde el alba hasta el anochecer. ¿Cómo podría vivir con este silencio?, adentro mío había música y quería gritar, pero ya no estaba permitido, ya no debíamos celebrar, estábamos en recuperación.
Por eso te buscaba cada tarde, para continuar esas charlas, tus ojos luna hacían perfecta compañía con el tono de tu voz. Me hacías llegar al valle del resplandor, lo juro.
En esas horas conversando, nunca imaginé que te enlistarías para ser explorador, abrir el umbral para navegar por el río y traer de vuelta la fuente. No estaría a metros de nosotros, estaría en nosotros.
Nos dijimos que todo estaría bien, porque llevabas la luz que encontraste un miércoles al atardecer. Yo prepararía la tierra para volver a sembrar las semillas con la fuente y volveríamos a celebrar.
Mi melodía surgiría de nuevo, se transmitiría a las demás personas del nuevo hogar. En el punto medio, donde llega la luz del equilibrio, nos encontraríamos de nuevo.
Las palabras me visitan a todas horas del día y yo las invito a pasar.