Tomo una pastilla que no hace efecto.
Hace ya un año que la tomo, mi cuerpo está acostumbrado.
La ansiedad se asienta de a poco pero sin hacer silencio.
Primero siempre la mente.
Pensamientos que van y vienen. Buenos y malos.
Ganan los malos.
Tomo otra pastilla. Ruego que haga efecto a la vez que el miedo a hacerme adicta me invade el pecho.
Miedo. Solo hay miedo.
Me acuesto en la cama junto al perro que cree que es el dueño de toda la casa.
Hago los ejercicios de respiración que me enseñaste.
No sirven para nada.
Me levanto a los 2 minutos sintiendo que pasaron 2 horas.
No puedo respirar. La ansiedad toma el cuerpo.
Tomo otra pastilla con la esperanza de quedarme dormida.
Estoy sola en casa y cada vez más tentada a tomarme el blister completo de las benditas pastillas.
Si me tomo el blister completo a lo mejor corro con la suerte de no sentir nada más y adiós ansiedad.
El perro se acuesta a mi lado.
Mi respiración baja. Mis ojos se cierran.
Después de tres veces la dosis recomendada, las pastillas hacen efecto.
Y yo solo espero no volverme adicta.
Fotografía por Patricio Maldonado