Papeles destruidos y reinterpretados

Estas imágenes son parte de un ‘diario de lectura’ que llevé hace unos años. La intención era anotar fragmentos que me hubieran parecido memorables del libro que estuviera leyendo en el momento. Después de anotar algunas frases el diario me pareció muy feo. Tenía esa vacuidad artificiosa y cursi que tienen los cuadros con frases motivacionales o algunos epitafios. Comencé entonces a ilustrar el diario con pequeños recortes en blanco y negro. De ahí nació mi afinidad por el collage: de unas necesidad por apegarme más tiempo a palabras que inevitablemente se debían perder.

‘La semilla de un don’ es una frase de la escritora Jesmyn Ward que vienen en La canción de los vivos y los muertos.

Más adelante comencé a incluir en el collage todo tipo de papeles sobrantes. Terminé cortando páginas de una novela frustrada, borradores de ensayos y todo tipo de trabajos escritos. Me fascinó inmediatamente la facilidad con la que podía recortar documentos que me habían tomado un esfuerzo enorme. Creo que le restaba solemnidad al acto de escribir: aquellos eran finalmente sólo papeles sujetos a ser destruidos y reinterpretados. Había también algo parecido a aquella ocasión ritual que se inventan algunos para quemar en una pira las cartas y pertenencias de sus ex parejas.

‘Dios estaba a mi lado, encima de la mesa de noche’ es una cita de Labranza Arcaica, libro de Raduan Nassar.

Empecé inevitablemente a encontrar entre los escritos sacrificados partes que me gustaban. Aislé entonces algunas frases y las escribí debajo de las imágenes. Los collages se volvieron entonces pequeñas selecciones, como una de esas recopilaciones de grandes éxitos que sacan algunos cantantes en declive; pero en este caso compuesta exclusivamente por fragmentos de mis proyectos abandonados.

Para este momento había reconocido el collage como vehículo para contar historias nuevas, de cero. En este caso me serví de una postal que encontré, la imagen de un pueblo donde vivió un antepasado que no conocí. El ejercicio era reconstruir con la imaginación —y con una intuición a veces apresurada y absurda—, la descripción de lugares en parte reales y en parte inventados. Me gustó llamarlos ‘guías turísticas’.

Lo interesante del collage es que siempre contiene un rastro; imágenes y palabras cargadas de significado, abandonadas a un propósito nuevo. En mi cabeza siempre equiparo la acción de recortar y pegar con el de una actividad inventiva y placentera. Hay algo ahí imperceptible, algo que también existía en los juegos de la infancia.