Me di cuenta (a propósito) que conservarte era parte del plan. Y también sabía que no me has olvidado del todo. Dos años en un lugar donde, continuamos sin el otro y, sin embargo, esperándonos.
Necesito decirte algo, ¿podemos vernos?
Sí, pero, ¿qué pasa? ¿Estás bien?
Sólo tengo que decirte unas cosas, por favor, vamos a desayunar mañana.
Bien, te veo a las once, como siempre.
Quería que escucharas mi disculpa. Y también quería escuchar la tuya. Quería decir aquello que no pude después de tu partida. Y quería que dijeras eso que nunca tuviste el valor de decir.
Te veo pronto, ¿sí?
Dame tiempo, aun siento cosas cuando me llamas, no quiero que me busques hasta que me sienta listo.
Sí, claro.
Y tú sabias bien que ese vértigo te provocaba buscarme.
Vamos a desayunar.
Misma hora, mismo lugar.
Otra vez, hola.
Y en la comida, y en la risa, el invierno y la ventana. Los carros y la pregunta que nos coloca siempre.
Me gusta tu piel cuando es fría justo como ahora que te tomo de la mano. Es sólo así que podemos estar cerca. Tan cerca que veo tus pestañas. Incluso un día quise contarlas.
¿Y pudiste?
Claro que no. Pero ahí estarán y yo también.
Y en el evento, en la elección y en el desencuentro nos buscamos, pero yo más a ti, como de costumbre, como quiero que sea siempre. Y cómo es que también me esperas siempre.
Necesito saber que voy bien, que todo esto vale la pena. No por lo que nos significamos, sino porque es real. Yo sé que no es para tanto, pero lo necesito de ti.
Todo de ti es tanto.
¿Me vería muy mal si te beso?
Sí, no lo hagas.
Y me fui. Pero sigiloso me seguiste y la propuesta era clara.
Uno. Solo uno.
Fotografía por Michel Nguie
Léase en pasado porque ya se rompió.