¿Cuántas sopas instantáneas habría desayunado durante el recreo del sexto año en 2009? La culpa le carcomía cada vez que intentaba hacer la cuenta. Una diaria, posiblemente, de lunes a viernes sin falta, más un refresco en bolsa de a cinco. Si bien no se habían convertido en ligas de plástico dentro de sus tripas como seguido le advertía su abuelita, sí le habían perforado mas allá de sus entrañas. Se le habían añusgado en todo el tracto digestivo y ahora, once años después, intentaba a arcadas desatorarse aquello, con intentos vanos.
Desde los doce años se acostumbró a vivir el caper diem sin proponérselo, y sentenciado a la condena eterna pues el momento había ya durado bastante y amenazaba con seguir existiendo otro tanto. Entendiendo las consecuencias, optó por los excesos sin que se perturbaran, al menos eso ella creía, o al menos no de manera inmediata, su existencia. Era la sopa instantánea, el azúcar, las grasas saturadas, la sal, el picante, los cigarros, el alcohol, el rivotril, el amor, los besos, el desamor y de nuevo los besos.
Había vivido rápido, bastante rápido y ahora se embutía litros de agua, tratando de desatorase los fideos, sin éxito alguno. Arrojó sin notarlo una maldición hacía ella desde su pubertad y ahora se había vuelto tan real y consistente. La estatura le importaba poco, aunque era seguro que hubiera crecido algunos centímetros más de haber desayunado un coctel de frutas, y sus guarniciones, en lugar de esa sopa en extremo condimentada. Pero lo que más le apenaba era que había agotado toda su felicidad en cada bocado que le segregaba toda esa dopamina cuando en su paladar estallaba toda esa gama de sabores. Ahora con la lengua carcomida de tanto tabaco y los labios tronados de tanto beso, lo mismo daba si se jambaba cinco litros de orina o una botella de la mejor cerveza: el cerebro se le había secado tanto que lo mismo era un abrazo de su amado a una sobredosis de clona, que en su actual situación, seguramente lo último le coqueteaba como mejor opción. El momento había durado tanto y ella se encontraba imposibilitada. Tenía el frasco listo y la cerveza servida. Qué asco tomar orina. ¿Y el amado? Quizá no existía.
Una pastilla, un trago de cerveza
Otra pastilla, otro trago de cerveza
Esperaba a alguien en la puerta, quien fuera. Un pretexto para no tomar la siguiente. Una reflexión de sí misma, una decisión.
Nada.
Nada.
NADA.
Ni iluminación, ni parteaguas, solo el momento, eterno el momento.
Abandonó el frasco.
Terminó la cerveza
La osadía también se encuentra en las tripas.
Fotografía por Ludwig van Borkum
Muchacha de colores y zapatos cómodos para bailar. De boca impertinente, temerosa y tartamuda. Cabellos necios y chamuscados. Nunca musa.